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El nombre de la Virgen en sus labios

A si canta Antonio a la Virgen en sus sermones: “El esposo habla a la esposa en los Cantares: Suene tu voz en mis oídos; que tu voz es dulce y encantador tu rostro (Cant 2,14). Voz dulce es toda alabanza en honor de la Virgen gloriosa; suena dulcísima en los oídos del Esposo,

es decir, Jesucristo, Hijo de la Virgen. Levantemos, pues, todos y cada uno, la voz en loor de la Santísima Virgen y digamos a su Hijo: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron" (Lc 11,27). Es el canto de un enamorado, en el que desborda el entusiasmo y la devoción que siente por ella:

Ave gratia plena... Nada es aquí de carne, nada es de tierra, sino todo espíritu, porque todo es gracia. A la primera mujer, hecha de tierra, carne de carne, hueso de hueso, le dice Eva; pero a la Bienaventurada Virgen María, cuya conversación ya estaba en el cielo, le dice Ave, llena de gracia. Forzoso era que entre la mujeres oyera ser bendita la que ya entre los ángeles era bendita. Este es el Tabernáculo, no hecho por mano de hombres, sino por la gracia del Espíritu Santo construido y dedicado.

Dice la esposa en el Cantar de los Cantares: Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles. La bienaventurada María eligió esta flor, desechando todas las demás, y se adhirió a ella y de ella recibió cuanto había menester. Vivía de aquel a quien lactaba. Aquel a quien nutría le daba la vida.

Se dice en el Génesis:

Plantó luego el Señor Dios un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre para que lo guardase y cultivase (Gén 2,8; vulgata). Pero lo cultivó y guardó mal. Fue, pues, necesario que el Señor Dios plantase otro paraíso mucho mejor: María Santísima, para que retornasen a él los desterrados. En este Paraíso fue puesto el segundo Adán, que lo cultivó y guardó. Grandes cosas cultivó, como ella misma dice: Grandes cosas hizo en mí (Lc 1,49). La guardó cuando la conservó íntegra; la cultivó cuando la hizo fecunda. Gracias a su custodia no perdió la flor de la virginidad. Antes la tierra, maldita por las obras de Adán, producía con el trabajo del hombre espinos y abrojos. Nuestra tierra, es decir, la Virgen, sin trabajo del hombre, produjo el fruto bendito, que ofreció en el templo hoy (fiesta de la Presentación) a Dios. El arco iris se origina al entrar el sol en la nube. Así, entrando el Sol de justicia, el Hijo de Dios, en la nube, o sea, en la gloriosa Virgen, fue transformada en arco iris refulgente, signo de alianza, de paz y de reconciliación entre Dios y los pecadores. Por eso se dice en el Génesis: Pondré mi arco en las nubes del cielo como señal de mi pacto con la tierra (Gén 9,13). Del arco iris dice el Eclesiástico: Pon la vista en el arco iris y bendice al que lo hizo. ¡Qué hermoso es su esplendor! Con su círculo de gloria abarca el cielo (Eclo 43,12-13). Contempla el arco iris, es decir, la belleza y santidad de María, y bendice con el corazón, la boca y las obras a su Hijo que así la creó. Pues ella, bendita entre todas las mujeres, abarcó el cielo, es decir, rodeó la divinidad con el cerco de su gloria. Seguro acceso al Señor tienes, ¡oh hombre!, pues tienes ante el Hijo a la Madre y al Hijo ante el Padre. La madre muestra al Hijo el pecho y los senos. El Hijo muestra al Padre el costado y las llagas. Ningún rechazo habrá allí donde concurren tantas muestras de amor.

Extraído del artículo “San Antonio de

Padua, Arca del testamento” del Rvdo.

P. Emiliano Jiménez Hernández (1941 -2007).