Porque se propicia un ambiente que facilita la mejora personal de cada uno, de cada una.
Crea un ambiente que transmite optimismo.
Posibilita la iniciativa y el espíritu emprendedor.
Visualiza la percepción del éxito porque todos tienen una meta personal y una meta de equipo a corto y a medio plazo.
No transmite miedos o vacíos.
Conjuga la independencia con la dependencia.
Anima a generar hábitos de acción, dando la posibilidad de equivocarse e intentar hacerlo de otra forma.
Se evitan las descalificaciones.
Contempla la ayuda, la colaboración y el respeto mutuo.
… Y este estilo de vida lo generan los padres con su actitud; actitud que debe mantenerse y consolidarse cuando:
perciben fallos en ellos o en los hijos;
proponen nuevas metas o enfocarlas de otra manera;
dibujan una sonrisa en su rostro ante la mirada desmotivadora de alguna hija o algún hijo; etc.
Si a esta actitud esperanzadora de los padres, le sumamos la satisfacción que surge en los hijos cuando han hecho bien la tarea encomendada y la alabanza que el padre, la madre, dirige al hijo, a la hija, el resultado es sorprendente. Por eso, la actitud de los padres es un gran motor para los hijos porque genera en ellos un abanico de posibilidades que les permite vivir y desenvolverse con resolución.
Decía Ortega: “el niño debe ser envuelto en una atmósfera de sentimientos audaces y magnánimos, ambiciosos y entusiastas”.