El Concilio Vaticano II ofreció una síntesis del Magisterio de la Iglesia sobre los temas sociales en varios documentos, principalmente en la constitución Gaudium et Spes (1965).
En 1967, Pablo VI publicó la encíclica Populorum progressio, donde planteaba con rigor técnico y nueva orientación el problema de los países subdesarrollados, a los que los imperativos de la justicia y de la caridad obligan a suministrar ayuda. El Papa condenaba nuevamente los efectos deshumanizadores del liberalcapitalismo y los de una planificación estatal que niega asimismo a la persona, e indicaba que el único camino posible era un auténtico desarrollo basado en “una economía al servicio del hombre” y que era precisa también la cooperación internacional. En Octogesima adveniens (1971, con ocasión del 80º aniversario de la Rerum novarum), atendió asimismo a los nuevos problemas sociales derivados de la urbanización, la emigración, las formas de discriminación, etc., y apuntó las pautas para los cristianos ante estas realidades. En esta carta apostólica advirtió del peligro que se daba por entonces entre algunos cristianos de aceptar principios del marxismo e indicó que era un error, porque los elementos del análisis marxista permanecen unidos a tal ideología y ésta conduce a una sociedad totalitaria y violenta (n. 34).
San Juan Pablo II elaboró tres grandes encíclicas sociales: Laborem exercens (1981, a los noventa años de la Rerum novarum), Sollicitudo rei socialis (1987, a los veinte años de la Populorum progressio) y Centessimus annus (1991, a los cien años de la Rerum novarum), además de haber expuesto puntos de la Doctrina Social de la Iglesia en otros muchos escritos y alocuciones. Entre otras cosas, el Papa defendía en ellas la libertad de mercado, pero con la exigencia del precio justo y de las condiciones justas para el trabajo, y enunciaba otros fundamentos como el pleno empleo y la participación de los trabajadores en la empresa. También consideraba que la cuestión social era ya un problema a nivel mundial.
En Laborem exercens, Juan Pablo II expuso una doctrina del trabajo humano sobre fundamentos teológicos y filosóficos de gran calado y lo señaló como la clave de la cuestión social. Se acercó de nuevo al problema del conflicto entre trabajo y capital, afirmando la prioridad del primero y su vinculación a la cuestión de la propiedad, pero advirtiendo del error de contraponer estos elementos entre sí como algo opuesto. Presentó los derechos de los trabajadores y apuntó lo positivo de la participación de los trabajadores en la propiedad y en la gestión de la empresa. La encíclica concluía con la espiritualidad del trabajo.
Sollicitudo rei socialis abordó la cuestión social a nivel mundial otra vez, como había hecho Pablo VI en Populorum progressio, a la cual se quería conmemorar. De nuevo trató del capitalismo liberal y del colectivismo marxista, así como de la “guerra fría” entre los dos grandes bloques mundiales, y se acercó a diversos problemas como el demográfico, el comercio de armas, etc. Apuntó las líneas para el auténtico desarrollo humano y ofrecía finalmente una lectura teológica de los problemas modernos, unas orientaciones particulares y las conclusiones últimas. Una vez más, el Papa apostaba por defender íntegramente la dignidad de la persona humana como imagen del Creador y redimida por Cristo.
Bastante distinto era ya el panorama histórico en el que unos años después aparecía la encíclica Centesimus annus: el mundo en 1991 estaba recién conmovido favorablemente (aunque también surgían nuevos problemas) por la caída del comunismo en el este europeo. San Juan Pablo II hizo un buen repaso de la Rerum novarum de León XIII que deseaba conmemorar y, desde las concepciones de la doctrina de los papas anteriores, ofrecía respuestas a la nueva problemática. Una vez más, situaba al hombre como el camino de la Iglesia, en su condición de ser creado y amado por Dios y redimido por Cristo.