Sobresalto en los tendidos: inquietud, angustia, emoción. Murmullo en los graderíos y respiración contenida. Las miradas se agudizan. Las damas esconden sus rostros tras el abanico o con el mantón y se agarran con fuerza a quien tienen a su lado. La plaza en suspense, el reloj del tiempo se para, instantes infinitos, trance de vida y muerte: son las cinco de la tarde, el sol aprieta.
En la arena, danzando con la muerte, serenidad y temple. Defendiendo a su caballo de la acometida del astado con la vara larga, el picador cae de bruces sobre el albero. El penco relincha con las manos en el aire, evitando desplomarse. Los subalternos se arremolinan presurosos. Momento de dramatismo y gran revuelo en el transcurso de la lidia.
¡Calma, calma!, que está ahí el capote de Reverte. Con impávido valor el joven diestro acude al quite y ataja el momento de peligro. Espontánea hidalguía, señorío natural que, unido a su impresionante carisma, rinde al público. “La novia de Reverte —le cantan— tiene un pañuelo con cuatro picadores, Reverte en medio...” La copla pertenece al imaginario popular y certifica la fama, que trascendió de su propia trayectoria en los ruedos.
Simonet presenció uno de sus famosos quites en la plaza de toros de Madrid, situada en la Fuente del Berro (Goya) y quiso inmortalizarlo. Acudía a la propia plaza a pintar y llegó a comprar un caballo para que le sirviera de modelo.
Se trata de un cuadro lleno de emoción, vitalidad, realismo y riqueza de colorido. De composición horizontal, el pintor abandonó su gama de grises y colores terrosos por otras más cálidas y alegres. El lienzo muestra una gran maestría compositiva, un acertado uso de los trazos y el juego de la luz deslumbrante que cae sobre dos de los personajes que, medio cegados, presencian la caída aparatosa del picador. El grupo central lo componen el picador en la arena, temeroso y expectante, y el caballo que, ante el toro ya recogido, rotas las bridas y a punto de caer, bracea en el aire. Todas las figuras son dignas de un estudio detallado pues en todas ellas se detuvo el pintor recreándose en su labor. En cada personaje se palpita la emoción, los gestos y las expresiones que hacen del cuadro una estampa que recoge un lance de toreo antiguo.
Ramón Pérez de Ayala decía que los toros no podrían morir porque si no moriría España y, en palabras de Federico García Lorca, constituyen “la riqueza poética y vital mayor de España, son la fiesta más culta que hay en el mundo”.
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Antonio Reverte Jiménez murió prematuramente, a los 35 años, en Alcalá del Río, el 13 de septiembre de 1903. Sus restos reposan en la capilla de San Gregorio de Osset, a los pies del Cristo de la Vera Cruz y la Virgen de las Angustias, la hermandad y las imágenes a las que tanto quiso y tanto dio en vida.
Felipe Barandiarán