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Ensimismados

Ensimismados

He hablado en varias ocasiones sobre cuánto me preocupan las redes sociales y, particularmente, los teléfonos móviles. En realidad, no es una simple impresión subjetiva: existen múltiples estudios –cada día aparece uno nuevo- que describen la terrible y preocupante situación en que nos hayamos todos. Porque ya no afecta sólo a adolescentes o a jóvenes iniciándose en la veintena, sino que también niños recién nacidos, adultos bien maduros e incluso personas ancianas están sumergidos en una vorágine de tecnología que amenaza con gobernarnos a todos.

No exagero un ápice. Dos datos ilustrativos: actualmente hay más de 5.000 millones de líneas móviles en el mundo (un 67% de la población total), de los cuales más del 60% son dispositivos inteligentes; y más de la mitad de la población mundial (casi 4.000 millones de personas) es usuaria de Internet, sin importar la edad, cuando hace 15 años, en 2005, apenas un 14% de los habitantes lo empleaban.

Hay además una problemática añadida en todo esto: como los teléfonos móviles e Internet apenas tienen 25 años, nos resulta extremadamente difícil conocer –no digamos adivinar- el alcance e impacto real que están teniendo a mediano y, sobre todo, largo plazo.

El teléfono móvil y las nuevas tecnologías están pensadas para cultivar el disfrute individual, rara vez colectivo. Es decir, buscan nuestro ensimismamiento y lo alargan hasta límites preocupantes. Trastocan nuestros ritmos de sueño, nuestros hábitos sociales, nuestro tiempo libre, nuestra capacidad para expandirnos frente a otra persona de carne y hueso.

Claro que existen bondades en todo ello: más relaciones interpersonales, eficiencia en la comunicación, mejoras en la capacidad para informar y ser informados. Pero eso, desde mi punto de vista, no compensa del todo lo que perdemos. Basta con pasearse por las calles de cualquier ciudad para advertir cómo la gente come sola en los restaurantes mientras ve una serie en su teléfono, camina y hace sus compras escuchando música a través de los auriculares, se transporta en el metro o el bus revisando la última historia de Instagram… lo cual contribuye, en fin, una cultura del yo y del ensimismamiento que prescinde del prójimo.

De forma paradójica, sabemos que la felicidad comparece sobre todo en momentos de compañía. Es compartida, tal y como Cristo aclaró al explicar que el amor, fuente de felicidad, sólo se entiende desde la óptica de la donación. Por eso sugiero meditar sobre los límites que nos marcamos a nosotros mismos para combatir las nuevas formas de egoísmo que nos rodean.