En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús:
- Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les contestó:
- Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno.
Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.
En aquel momento, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó:
- Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiere revelar.
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
- ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.
Comentario Papa Francisco
Hoy, en la festividad de santa Teresa del Niño Jesús, nos hará bien pensar en el espíritu de humildad, de ternura, de bondad. Este espíritu manso, propio del Señor, que lo quiere de todos nosotros. ¿Dónde está la fuerza que nos lleva a este espíritu’ Precisamente en el amor, en la caridad, en la conciencia de que nosotros estamos en las manos del Padre. La Iglesia sabia hizo a esta santa -humilde, pequeña, confiada en Dios, mansa- patrona de las misiones… Esta santa, que murió a los 24 años y amaba mucho a la Iglesia, quería ser misionera, pero quería tener todos los carismas, y decía: “Yo quisiera hacer esto, esto y esto”, quería todos los carismas. Y rezando descubrió que su carisma era el amor. Y dijo esta hermosa frase. “En el corazón de la Iglesia yo seré el amor”. Y este carisma lo tenemos todos: la capacidad de amar.