En boca de todos los portugueses, el nombre de San Antonio sugiere un mundo de emociones agradables. Pero no sólo en Portugal perduró su recuerdo a lo largo de los siglos. Italia lo ama de la manera más singular, la que guarda sus despojos en Padua; Francia lo venera como a su apóstol; España le erige monumentos; las Américas, África y Asia, al recibir la fe de Jesús, han encontrado en San Antonio el testimonio más brillante e irrefutable de esa fe. En todo el mundo, en efecto, resuena la alta fama de San Antonio, porque todo él es teatro de sus prodigios, todos confían en su protección o y están en deuda con él por beneficios extraordinarios.
Por esta razón, el pontífice León XIII lo proclamó al hijo de Lisboa como santo del mundo entero.
Aunque se le conoce con el sobrenombre “de Padua” nadie ignora que Lisboa fue su lugar de nacimiento. ¿Cuándo fue? Hoy en día no es fácil responder a esta pregunta. Después de haber aceptado durante siglos (y con buenas razones históricas) la fecha del 15 de agosto de 1195 algunos hechos –entre ellos la edad de su entrada en religión y ordenación sacerdotal– un análisis más profundo de las Leyendas, su vasta cultura y madurez de pensamiento han llevado a los estudiosos a anticipar su nacimiento hasta en diez años.
Escuela de la Catedral
Sus padres, Martín de Bullón y Teresa Taveira, pertenecían a la media nobleza y poseían una rica casa señorial justo enfrente de la catedral de Lisboa. Allí nació aquél que en su bautismo le pusieron el nombre de Fernando, probablemente en honor de un tío canónigo
del mismo nombre.
El Tercer Concilio de Letrán, en 1179, exigió que las parroquias, monasterios y catedrales mantuvieran escuelas, donde todas las clases sociales, hijos de ricos o trabajadores, recibieran una instrucción rudimentaria, basada más en el oído que en la lectura. Nuestro Fernando acudió a la escuela de la catedral, que estaba enfrente de su casa, y asistió a ella hasta los quince años. Allí aprendió, desde los ocho o nueve años, las primeras letras, rudimentos
de humanidades, música y aritmética.
Canónigos de San Agustín
¿Habrá ingresado enseguida en el monasterio de San Vicente de Fora, de los canónigos regulares de San Agustín, como habitualmente se cree? El primer relato histórico llamado Leyenda Prima (o Assidua) parece distinguir el período de la infancia (hasta los quince años), transcurrido en plena tranquilidad de espíritu y sentidos, y el período de la adolescencia, ya en lucha encarnizada con las pasiones de la carne, en medio del mundo, y acompañado de amigos juerguistas. En este intervalo de tiempo, quizá de unos cuatro o cinco años, el joven Fernando habría continuado los estudios que no pudo tener en la escuela catedralicia, es decir, las Artes Liberales.
Para acallar la voz chillona de los sentidos, ya en edad casadera, hacia 1210 o 1211, dijo adiós a los estudios humanistas y se ocultó en el monasterio de San Vicente de Fora, a las puertas de la ciudad de Lisboa, en los albores del siglo XIII. Allí tomó el hábito de manos del prior Don Pedro y profesó la Regla de la Orden un año después. Durante los dos años que permaneció en este monasterio, fue iniciado en la vida religiosa, al mismo tiempo que recibía lecciones del maestro Don Pedro Pires.
Pero el mundo que había abandonado con su entrada en el monasterio le tenía demasiado a la puerta. Su cariñosa familia y sus amigos le distraían demasiado de su total dedicación a Dios, con frecuentes y molestas visitas. Por esta razón, pidió, y obtuvo, permiso para trasladarse al famoso monasterio de Santa Cruz de Coímbra, de la misma Orden, y donación, como el de San Vicente, del primer rey de Portugal, Don Alfonso Henríquez. La cultura profana de nuestro futuro Doctor de la Iglesia era la de la época en que vivió, con sus límites. De hecho, los sermones revelan una extraordinaria pluralidad de conocimientos en disciplinas profanas que, sin embargo, sólo sirvieron para realzar su cultura científica sagrada.
Biblioteca de Santa Cruz de Coímbra
Esta cultura fue absorbida gradualmente, primero en la escuela catedralicia, luego en el monasterio de San Vicente de Fora y, por último, en Santa Cruz de Coímbra, con tradición científica en la Europa de la época, a través de maestros formados en París. Don Sancho I, por donación del 14 de septiembre de 1190, instituyó una donación de cuatrocientos morabetinos anuales de su tesoro, para el sostenimiento de los canónigos de Santa Cruz que estudiaban en Francia. De Francia, más precisamente de París, alojados en la abadía de San Víctor, estos laureados trajeron consigo una verdadera formación científica y muchos libros, que enriquecieron la biblioteca monástica, instrumento de estudios regulares, sede de una pequeña academia erudita. En un ambiente de estudio y oración, así como de trabajo manual, el futuro Doctor de la Iglesia pasó de nueve a once años en formación, durante los cuales absorbió todo el saber de los antiguos, según el testimonio de san Buenaventura, cuyo catálogo de la biblioteca del monasterio lo confirma. No faltaban los textos escriturísticos, los santos padres, con un lugar de honor para san Agustín, las enciclopedias de la época, como las Collationes Patrum de Juan Cassiano, el Vocabularium de Pápias, las Etimologías de San Isidoro de Sevilla, la Historia Escolástica de Pedro Comestor y las Sentencias de Pedro Lombardo. La fama de la Orden Agustiniana como Orden erudita era bien merecida. Por ello, se puede afirmar que nuestro santo tuvo una elevada formación teológica en Lisboa y Coímbra, según los métodos que se consideraban los mejores de la época. Los sermones que nos legó muestran una remota vasta, excepcional y profunda formación sobre las doctrinas bíblicas, amplia y muy variada sobre conocimientos patrísticos, discreta y, por supuesto, con todas las lagunas y defectos de la época sobre ciencias naturales y humanidades.
(Extraido de la Coletanea de Estudos Antonianos,
Fr. Henrique Pinto Rema, OFM. Centro
de Estudos e Investigação de Sto. Antonio.
Pág. 31-33. Texto publicado en mayo de 1970.