Trecésima invocación
13. Oh, amadísimo san Antonio, que tienes en Padua tu tumba bendita, mira con benevolencia mis necesidades; hable a Dios por mí tu lengua milagrosa para que mis oraciones sean acogidas y cumplidas.
La Trecena termina con esta invocación que es un elogio, una alabanza y un recordatorio al Santo que continúa haciendo favores a sus devotos.
En efecto desde hace ya casi ochocientos años no se detiene la procesión de fieles que peregrinan a Padua para venerar la tumba bendita del Santo de los Milagros, el Santo de todo el mundo. San Antonio, aunque vivió poco tiempo en Padua porque su encargo de ministro Provincial le obligaba a recorrer todos los conventos de la provincia religiosa, siempre regresaba a Padua con alegría y en Padua quiso morir: esa fue su voluntad. La ciudad no se podría entender sin san Antonio. Allí no se dice "san Antonio" sino "el Santo" y todo el mundo sabe quién es; no es necesario decir más.
Pero el peregrino que viene a venerar la tumba del Santo pasa siempre a la Capilla del Tesoro o de las Reliquias, donde se conserva su lengua incorrupta y el aparato vocal. Así podemos entender porque se reza diciendo: hable a Dios por mí tu lengua milagrosa.
Cuando san Buenaventura de Bagnoregio, ministro General de la Orden, en abril de 1263 exhumó el cuerpo del Santo para trasladarlo al nuevo sepulcro en la basílica construída en su honor, encontró, no obstante haber pasado treintaidós años de la muerte del Santo, la lengua incorrupta, roja y fresca aún y exclamó lleno de admiración: Oh lengua bendita que siempre has bendecido al Señor, y has hecho que tantos lo bendijeran, ahora queda manifiesto cuántos méritos tienes ante Dios. Pidamos también nosotros que no deje de interceder por nosotros para que sean cumplidas nuestras peticiones.