Usted está aquí

Expansión

Escritor

Pensaba en esto al releer con calma algunos de los capítulos del apóstol San Pablo. Él y otros muchos sucesores de Jesucristo podían haber renunciado a su vocación de apóstoles y optado por una vida más estática o, si se quiere, contemplativa. Pero no. Se sintieron interpelados por Dios para expandir su Palabra, a su Hijo mismo, por todos los confines del orbe.

A decir verdad, tiene su lógica: el amor no se entiende si no es expansivo: cuando queremos a alguien, lo proclamamos a los cuatro vientos y nos encargamos de que todo el mundo -más todavía si se trata de amigos- se entere. De ahí el éxito de las redes sociales: combinan el espíritu de comparación que anida en nuestro interior con ese afán por compartir nuestras alegrías y nuestro bienestar.

El amor de Jesucristo por nosotros

Cuando los primeros cristianos se decidían a viajar a lugares lejanos no era por simple sentido de aventura, sino por un anhelo profundo y auténtico de contagiar la felicidad que conlleva la fe. En otras palabras, el amor de Jesucristo por nosotros, al ser tan contagioso, no podía limitarse a una sola persona o una sola familia.

Otro ejemplo claro y representativo es el de San Francisco Javier, patrón de Navarra y primer misionero de la Compañía de Jesús. Su vida sirve de modelo, qué duda cabe, para pensar en el alcance y la importancia que estamos dispuestos nosotros a darle a nuestra fe. El santo navarro asistió a pobres y predicó por lugares diversos como Portugal, Mozambique, las islas de Pesquería, Goa (aprendió tamil), Maluca, Cantón o Japón.

Durante 10 años, en fin, recorrió un sinfín de destinos orientales. Quizá parezca que, para hacerlo, él siempre estuvo rodeado de un aura de heroicidad. Pero no. En la actualidad se conservan 138 escritos suyos, si bien sabemos que hay otros 89 perdidos. De todos ellos, 108 son cartas. Y si algo claro se deduce de éstas es que Javier era un tipo normal, extremadamente normal, sólo que con un incuestionable atractivo fruto de su unión con Dios. Era una persona común y corriente, de carne y hueso. Se expresaba con sencillez, sin florituras lingüísticas (normalmente en portugués, no tanto en castellano). Leamos, por ejemplo, cómo ofrece unos consejos a quienes aspiran a ser misioneros: “Para los que han de andar entre los infieles, convirtiéndolos, son necesarias muchas virtudes: obediencia, humildad, perseverancia, paciencia, amor al prójimo y mucha castidad, por las muchas ocasiones que hay para pecar”. Tan actual suena semejante afirmación ahora como hace casi 500 años.

La propia presencia de Jesucristo en el mundo, tanto si nos referimos a su nacimiento en forma de Niño en Belén como a su deseo de perpetuarse en la Eucaristía, hay que entenderla bajo el prisma de la evangelización. El viaje de los viajes es el llevado a cabo por Dios Hijo, al amparo de Dios Padre y Dios Espíritu Santo, hace 2000 años. Las consecuencias de ello han sido y seguirán siendo enormes. Aquella transmisión de verdad transformó el Antiguo Testamento en el Nuevo, brindándonos de paso la posibilidad de conocer, con la gracia divina, el sentido de nuestras vidas. Nos sacó de la confusión y de un pecado original que nos tenía inmersos en la oscuridad para llevarnos a la luz, a la alegría auténtica, a la serenidad.