Prudencia a la hora de juzgar. A todos nos nace criticar a voz en grito lo que nos disgusta, ensalzar a lo grande cualquier cosa que nos encanta y simplemente despreciar lo que nos produce indiferencia. Si probamos a hacer una pausa, calibrar la medida de nuestro juicio y volver a considerar lo que sea -o quien sea- que tenemos frente a nosotros, seguramente
nos vaya mejor. Nos sorprenderemos al descubrir que esa primera impresión fue inexacta.
Prudencia en nuestra toma de decisiones. En un mundo de prisas, en donde todo se necesita para ayer y cualquier idea y acción se transmite a la velocidad de la luz, vale la pena manejar el “tempo”, como dirían los italianos. O sea, por ralentizar un poco nuestras
decisiones y ejecuciones no se acabará el mundo, y podremos saborear con mucho más deleite el presente. En medio del sentimentalismo que nos suelen producir los recuerdos varios de cosas pasadas y de la ansiedad que nos despiertan las posibilidades futuras, la prudencia nos invita a fijarnos en el “ahora” y a concederle la importancia que se merece.
En ese “durante” lleno de reflexión y autoconciencia reside buena parte de nuestra felicidad.
Y prudencia, por último, al zambullirnos en cuestiones políticas. El panorama actual se está volviendo de extremos, y no sólo en España, sino en un buen cúmulo de países. Parece que el que comulga con la derecha sólo puede ser tildado de fascista, y que quien siente más afinidad por la izquierda es, como mínimo, un comunista. Más aún: aquella persona que no pertenece a uno de dichos bandos es tildada de mediocre, medias tintas o tibio. Pues no. “In medio virtus”, que decían nuestros abuelos, citando, quizá sin saberlo, al sabio Aristóteles.
Pienso en cuáles podrían ser los principales enemigos de la prudencia y se me ocurren dos, la precipitación y la falta de dominio personal (descuido de nuestras pasiones). El propio Jesucristo nos alertaba de ello con un ejemplo bien gráfico: “¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él” (Lc 14, 28-29).