En aquel tiempo, oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus ayudantes:
- Ése es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso los poderes actúan en él.
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no le estaba permitido vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta.
El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos, y le gustó tanto a Herodes que juró darle lo que pidiera.
Ella, instigada por su madre, le dijo:
- Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista.
El rey lo sintió; pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran; y mandó decapitar a Juan en la cárcel.
Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven, y ella se la llevó a su madre.
Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.
Comentario del Papa Francisco
Disminuir, disminuir, disminuir: así ha sido la vida de Juan el Bautista. Un grande que no buscó la propia gloria, sino la de Dios y que termina de una forma un tanto prosaica, en el anonimato. Pero con esta actitud preparó el camino a Jesús, que de forma similar murió en la angustia, solo y sin discípulos. Ver cómo vence Dios: el estilo de Dios no es el estilo del hombre. Pedir al Señor la gracia de la humildad que tenía Juan y no cargar sobre nosotros méritos y glorias de otros. Y sobre todo, la gracia que en nuestra vida siempre haya un lugar para que Jesús crezca y nosotros disminuyamos, hasta el final.