Confianza en Dios y en María
Quizá la primera característica que podamos destacar en la devoción a la Santísima Virgen es la confianza: ciertamente, es causa de esperanza en Dios, hasta el punto de que no falta la esperanza de la salvación para las almas que se dirigen sincera y fervientemente a la Santísima Madre de Dios, porque Ella es la Madre de Dios y Madre nuestra y, como reza la oración del Acordáos, jamás se ha oído decir que quien haya acudido a Ella no haya probado su poderosa intercesión. De un modo especial, esta confianza se vive en la devoción a la Virgen del Carmen y a su medalla, por las promesas que San Simón Stock recibió de María Santísima para la hora de la muerte.
La esperanza en Dios y en la salvación eterna nace en gran medida de la confianza filial en María, porque Ella, como la madre de familia, abraza con la mirada y estrecha contra su Corazón a su amada prole. Esta confianza lleva a un abandono filial, poniéndose el fiel bajo su protección y ayuda y entregándose por completo a su maternal bondad. Y es también una prueba de amor filial, confiado, ardiente, expansivo y efectivo hacia esta celestial Abogada, Refugio de los pecadores, Madre de la divina gracia, vida, esperanza y dulzura nuestra.
Como resumen de lo que acabamos de decir, cabe recoger la siguiente cita de Pío XII: “Se suele decir que la esencia de la devoción a María consiste, en primer lugar, en el sentimiento de respeto y de veneración que corresponde a su dignidad de Madre de Dios; por tanto, en un sentimiento de confianza en su poder y en su bondad, y finalmente en un sentimiento de amor filial que trata de corresponder de algún modo a su amor de Madre. Pero la veneración no sería sincera, la confianza no sería realmente profunda y el amor no rebasaría el sentimiento y las palabras si el alma que se dice devota de María no procurase imitarla en sus virtudes, de asemejarse a Ella en la vida” (Alocución a las Congregaciones Marianas de Italia, 26-IV-1958, n. 1).
Imitación de María
Otro aspecto importante de la devoción mariana es la imitación de las virtudes de Nuestra Señora. En la encíclica Fulgens corona de 1953, el mencionado Pío XII decía: “De la misma manera que todas las madres sienten suavísimo gozo cuando ven en el rostro de sus hijos una peculiar semejanza de sus propias facciones, así también nuestra dulcísima Madre María, cuando mira a los hijos que junto a la Cruz recibió en lugar del suyo, nada desea más y nada le resulta más grato que el ver reproducidos los rasgos y virtudes de su alma en sus pensamientos, en sus palabras y en sus acciones. Ahora bien, para que la piedad no sea sólo palabra hueca, o una forma falaz de religión, o un sentimiento débil y pasajero de un instante, sino que sea sincera y eficaz, debe impulsarnos a todos y a cada uno, según la propia condición, a conseguir la virtud. Y en primer lugar debe incitarnos a mantener una inocencia e integridad de costumbres tal, que nos haga aborrecer y evitar cualquier mancha de pecado, aun la más leve, ya que precisamente conmemoramos el misterio de la Santísima Virgen según el cual su Concepción fue Inmaculada e inmune de toda mancha original” (n. 9 de la encíclica).
Por lo tanto, no se trata de un vano sentimentalismo y superficialidad en la devoción mariana. Si ésta no conduce a una reforma total del hombre en el crecimiento de las virtudes por la imitación de su Modelo, María, poco tiene de auténtica y profunda. Lo que el Venerable Pío XII defiende y propone en este texto, por tanto, nada tiene que ver con las críticas que frecuentemente se hacen a la piedad mariana del catolicismo, tanto desde el protestantismo como desde posturas más o menos inmersas en el modernismo.
Todo ello debe hacerse, como es lógico, tomando a nuestra Madre por guía, fuerza y consuelo de nuestra vida mortal, como lo hizo el Apóstol y Evangelista San Juan, y Ella nos llevará así a la victoria con seguridad. Ciertamente, María es la Estrella que nos conduce a buen puerto en medio de las tempestades, según el conocido y precioso texto de San Bernardo (respice stellam, voca Mariam, “mira a la estrella, invoca a María”), y por eso ha de ser nuestro Modelo y ejemplo.
Como ya decía León XIII, María cuenta con el valor de ser el Modelo más acabado de toda virtud y que al mismo tiempo se halla a nuestro alcance, debido a la afinidad de la común naturaleza humana.