Antonio es incapaz de fingir, no acepta silencios ingenuos, interesados o cómplices. La reforma propuesta por el IV Concilio de Letrán corre el riesgo de quedarse en simple ideal. Antonio alza su voz, habla de la Iglesia con la pasión, la libertad y la esperanza del profeta. A su Iglesia santa, pero necesitada cada día de conversión, Antonio le recuerda que es “cuerpo de Cristo”, “mujer vestida de sol, que engendra una multitud de hijos del agua y del Espíritu Santo”, “casa del pan, es decir de Cristo”, “ciudad de Dios”, “campo de Dios”...
Iglesia crucificada y muerta
Pero esta Iglesia, este cuerpo de Cristo “está crucificado y muerto”. El clero calla y se enriquece, se mancha por la simonía y el concubinato, prefiere las vestimentas suntuosas a las virtudes, el poder al servicio. Hay, además, religiosos sedientos de alabanzas humanas, divididos entre sí, pobres sólo de frutos espirituales: “disputas en los capítulos, abandono del coro, murmuración en el convento, mesa abundante en el refectorio, comodidades en el dormitorio”. Y los fieles se encuentran enfermos de lujuria, de avaricia, de usura, de violencia, de abusos de poder...
Mira a la Iglesia con ojos de profeta
No obstante esto, la Iglesia sigue siendo la “tierra buena” donde cae la palabra de Dios y produce treinta, sesenta, ciento por uno. Antonio mira a la Iglesia con ojos de profeta y no desespera ante sus pecados. Conoce su misterio y su historia:
Dios dijo: Produzca la tierra yerba verde (Gén 1,11). Tierra es el cuerpo de Cristo, que fue triturado por nuestros pecados (Is 53,5). Tierra que fue cavada y labrada por los clavos y la lanza. De ella se dice: la tierra cavada dará frutos en el tiempo deseado (Is 53,5). La carne de Cristo en que cavaron dio el fruto del Reino celestial. Produjo hierba verde con los Apóstoles, semilla de predicación con los mártires y árboles que dan fruto por los confesores y vírgenes...
... Esta estatua de Nabucodonosor (Dn 2,31-33) representa a la santa Iglesia, que con los apóstoles tuvo la cabeza de oro, según se lee en los Cantares: Su cabeza de oro finísimo. Los brazos y el pecho, en donde el valor es más subido, los tuvo de plata: la Iglesia de los mártires, que permanecieron en pie, llenos de valor en el combate. Por eso dice el Esposo en los Cantares a esa misma Iglesia: Garganta de oro haremos para ti (1,10). Los collares son unas cadenas que se tejen con varillas de oro y de plata. Las gargantillas de la Iglesia fueron la humildad y la pobreza, que ella tuvo en tiempo de los apóstoles, y que en la era de los mártires fueron como taraceadas de plata, es decir, rubricadas con su sangre para que aparecieran más hermoseadas. La plata y el oro de la sangre de los mártires es la que purifica sus vestidos; unidos con la pobreza y humildad de los apóstoles, presentan ante los ojos de nuestra mente una maravillosa belleza. De igual modo tuvo la Iglesia hierro y cobre en los confesores, que, con la voz de su predicación, quebrantó la perversidad de los herejes. El coro de los confesores, calzados con el cobre de la predicación y el hierro de la constancia indomable, hollaron las serpientes y los escorpiones, es decir, a los herejes y cismáticos. Por eso dice el Señor por boca de Jeremías: Yo he contado hoy con una ciudad fuerte, y con una columna de hierro y un muro de cobre contra toda la tierra... Fíjate en estas tres palabras: ciudad, columna y muro. En la ciudad fuerte está simbolizada la unidad, que en verdad hace fuertes y con tal fortaleza protege; en la columna de hierro está simbolizado el amor fraterno, que sostiene firmemente; en el muro de cobre está simbolizada la fuerza invencible de la paciencia y la asiduidad en la predicación, con la que derrotan a los forjadores de la mentira.
Anhelo de Antonio
El conocimiento de Dios es el anhelo de Antonio en sus estudios y también en su contacto con la creación. Por ello su deseo, para sí y para los demás, es la vida eterna, entrar en la comunión de amor de la misma Trinidad:
La granada significa la unidad de la Iglesia triunfante y la diversidad de premios. Se llama granada, porque tienen dentro granos de olor agradable. Como en la granada se ocultan todos los granos bajo una sola corteza y, sin embargo, cada grano tiene su alveolo distinto, así en la vida eterna todos los santos tendrán una sola gloria, un denario y un goce. Sin embargo, cada uno tendrá su celda o habitación propia, porque en la misma Trinidad son diversas las personas. Pues una es la claridad del sol, otra la de la luna y otra la de las estrellas. Sin embargo, en desigual claridad, será igual el gozo, porque así me gozaré de tu bien como del mío, y tú del mío como del tuyo. De ahí la palabra del Señor: En la casa de mi Padre hay muchas moradas.
Extraido del artículo “San Antonio de
Padua, Arca del testamento” del Rvdo.
P. Emiliano Jiménez Hernández (1941 -2007)