La Inmaculada Concepción de María Madre de Dios, es la fiesta que celebramos el día 8 de Diciembre.
Casi un milenio le costó a la cristiandad proclamar que la Madre de Dios había sido concebida sin heredar el pecado original, que ella no recibió la herencia genética del pecado. Si se rompía aunque fuese por una sola vez la ley genética inexorable de la transmisión de las culpas de padres a hijos, se abría una puerta de salvación para toda la humanidad. Lo importante era romper la norma.
Había mar de fondo. La tormenta venía de lejos. En los primeros siglos de implantación del cristianismo, se formó "la de Dios es Cristo" discutiendo si Cristo era o no era Dios. Un tema que levantó pasiones, polarizó intereses y costó mucha sangre. Era inevitable que una vez admitido que Cristo, el prototipo del hombre cristiano, se había librado de la servidumbre que impone la condición de hombre, se plantease la misma cuestión para el prototipo de la mujer cristiana, María Madre de Dios.
La disputa por la naturaleza de la Madre de Dios fue menos virulenta, posiblemente porque fue más larga. Representaba para muchos una dificultad insalvable reconocer la divinidad de Cristo, al que sin embargo se le invocaba igual que a Dios, "Nuestro Señor". Y costaba admitir que invocar a María Madre de Dios como "Nuestra Señora", era reconocer que estaba por encima de la naturaleza humana precisamente en aquello que la hace humana: en el pecado transmitido por herencia y que justificaba y explicaba todos los males de la humanidad, de paso que delimitaba la frontera con la divinidad. Si la sustancia de la humanidad es la culpa, y la esclavitud su consecuencia, la ausencia de culpa es la esencia de la divinidad.
España y muy especialmente el reino de Aragón se distinguió por la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción de María. Ramón Llull fue el abanderado con su tratado "De Immaculata Beatíssimae Vírginis Conceptione". Numerosas universidades y ciudades europeas se juramentaron para defender la que consideraban una verdad trascendental en su fe y en su vida. En España se forjó el saludo "Ava María Purísima" "Sin pecado concebida". Finalmente, después de tantos siglos de dilaciones, se produjo el consenso en toda la Iglesia católica y el 8 de Diciembre de 1.804, el Papa Pío IX proclamó el Dogma de la Inmaculada Concepción de María, con lo que la gran figura femenina del cristianismo quedaba elevada de hecho a la dignidad de Diosa-madre.