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Jesús cura a dos ciegos que creen en él

En aquel tiempo, al marcharse Jesús, le siguieron dos ciegos gritando: 
- Ten compasión de nosotros, Hijo de David. 
Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo: 
- ¿Creéis que puedo hacerlo? 
Contestaron: 
- Sí, Señor. 
Entonces les tocó los ojos diciendo: 
- Que os suceda conforme a vuestra fe. 
Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: 
- ¡Cuidado con que lo sepa alguien! Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.

Comentario Papa Francisco

Hay una palabra contenida en el pasaje del Evangelio que nos hace pensar: el grito. Los ciegos, que seguían al Señor, gritaban para ser curados. También el ciego a la entrada de Jericó gritaba y los amigos del Señor querían hacerle callar. Pero ese hombre pidió una gracia al Señor y la pidió gritando, como diciendo a Jesús: ¡Hazlo! ¡Yo tengo derecho a que tú hagas esto! El grito es aquí un signo de la oración. Así, Jesús nos enseña a rezar. Nosotros, habitualmente presentamos al Señor nuestra petición una, dos otres veces, pero no con mucha fuerza y luego me canso de pedirlo y me olvido de pedirlo. Los ciegos de los que habla Mateo gritaban y no se cansaban de gritar. Jesús nos dice: ¡pedid! Pero también nos dice: ¡llamad a la puerta! Y quien llama a la puerta hace ruido, incomoda, molesta. Precisamente estas  son las palabras que Jesús usa para decirnos cómo debemos rezar. Los ciegos se sienten seguros de pedir al Señor la salud, de tal manera que el Señor pregunta: ¿Creéis que yo puedo hacer esto? Si, Señor. ¡Creemos! ¡Estamos seguros!