-No -respondió en voz alta Matatías-. Aunque todo el pueblo de Israel abandonase la ley de sus padres, yo y mis hijos la observaremos siempre. Aún no había acabado de pronunciar estas palabras, cuando vió a un judío que, delante de todos, iba a sacrificar a los ídolos. Lleno de amargura y encendido en santo celo por la gloria de Dios, se arrojó sobre él y le hizo pedazos sobre el mismo altar. Mató asimismo al comisario que le había instigado y luego, en voz alta, exclamó:
-Todo aquel que está en la alianza del Señor salga en pos de mí y sígame. Y abandonó todos los bienes, y con sus cinco hijos, Juan, Simón, Judas, Eleazar y Jonatás huyó a los montes para no ser testigo de las abominaciones que se cometían en Jerusalén. Muchos otros, que también amaban de corazón el honor de la Religión, siguieron a Matatías, y éste se halló en poco tiempo a la cabeza de un pequeño ejército de valientes que estaban dispuestos a dar la vida por libertar a su patria y defender la Religión.
Después de haber estado un año a la cabeza de los suyos, cayó enfermo de muerte Matatías; y, llamando a sí a sus hijos, nombró a Judas Macabeo jefe del ejército.
Judas Macabeo Derrota a Apolunio y Jerón
Apenas se vió Judas a la cabeza del ejército, tuvo ocasión de dar pruebas de su valor peleando contra Apolunio, que gobernaba la Judea en nombre de Antíoco y había ido a atacarle con formidables aparatos de guerra. Aunque con menores fuerzas, confiado Judas en el socorro del Cielo, le salió al encuentro, le derrotó, dio muerte a muchos de sus soldados y puso en fuga a los demás. El mismo Apolunio halló la muerte en el campo de batalla.
Jerón, capitán de los sirios, deseando adquirir gloria, se dirigió contra Judas a la cabeza de un ejército aun más numeroso. Los soldados de Judas, espantados por el gran número de sus enemigos, trataron de huir; pero Judas, exhortándolos a confiar en el Señor, se precipitó sobre el ejército de Jerón y lo puso en fuga.
Derrota a Nicanor, Gorgias y Lísias
SabedorAntíoco de las victorias que Judas había alcanzada sobre sus capitanes, se encendió en cólera, y, no pudiendo ir él en persona, ordenó a Lisias que fuese sin demora a Judea, lo pasase todo a sangre y fuego y destruyese la nación de los judíos. Lisias envió a Nicanor y Gorgias, dos valientes capitanes, con cuarenta mil infantes y siete mil hombres de caballería. Acamparon en las cernanías de Jerusalén, y seguros de alcanzar la victoria, llevaron consigo un buen número de mercaderes para venderles los judios que esclavizasen.
Pero el Señor dispuso de otra manera los acontecimientos. Avisado Judas de la proximidad del enemigo, reunió a los suyos, les mandó hacer ayuno e invocó el socorro del Cielo. Con pocos soldados, cayó por sorpresa sobre el enemigo, dando muerte a muchos, y poniendo en fuga a los demás.
Al tener Lisias noticias de la nueva derrota, se exasperó sobremanera, y atribuyendo el descalabro a cobardía de sus capitanes determinó ponerse él mismo a la cabeza de sesenta mil hombres, a dar cumplimento a las órdenes soberanas, esto es, a exterminar la nación judía.
Con apenas diez mil soldados, Judas marchó contra Lisias y en el primer encuentro le causó cinco mil hombres de baja y puso nuevamente en fuga al resto de ejército. El mismo Lisias se vió obligado a refugiarse en Antioquia, cubierto de vergüenza.
Restauración del Templo
Después de haber expulsado y vencido a sus enemigos, Judas, que atribuía todas sus victorias a la protección del Señor, dirigió todos sus ciudadanos a resarcir los daños que había padecido el culto del verdadero Dios. Con este propósito se dirigió a Jerusalén, hallándola en una horrosola soledad: desiertos el templo y el altar, los patios cubiertos de espinas y maleza, y destruídas las habitaciones de los sacerdotes.
Judas rehizo las puertas del templo, construyó un nuevo altar, sacó todo lo que había de profano, y, ultimado el edificio, hizo solemne dedicación con himnos y cánticos. Todo el pueblo, postrado en el suelo, adoró al Señor y prometiéndole ser más fiel en adelante a los divinos preceptos. La solemnidad duró ocho días, y Judas prescribió que se conmemorara anualmente, bajo el nombre de Encenia, que quiere decir Restauración.
(Año del mundo 3840.)