“LUX in tenebris lucet”. Fórmula sintética usada por San Juan para expresar con fuerza el contenido inmensamente rico de lo sucedido: había tinieblas por todas partes, y en la oscuridad de esas tinieblas se encendió la luz.
Los ojos admirados de los pastores, llorosos de emoción, centellan en la penumbra, como chispas encendidas, reflejando la luz blanca y pura que destella el recién nacido. Un majestuoso silencio embarga a todos, mientras los ángeles entonan el cántico excelso Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad.
La tabla fue pintada en Roma en 1770, por encargo de Carlos III y en su tiempo fue considerada la pintura del siglo. En 2001 una serie de estudios y radiografías revelaron que el artista cambió en más de una ocasión la postura de sus personajes y que la gran transparencia y vivacidad de sus coloresa se debe a las finísimas capas de barniz que interponía entre los diferentes estratos de pintura.
Mengs se autorretrata, como un pastor más, en el lateral izquierdo del cuadro, tras San José, y con el gesto de su mano nos muestra cómo la luz se va irradiando suavemente en la profundidad.
El candor, la santidad y la pureza brillan en el dulce semblante de la madre doncella. En su regazo, el Niño Jesús nos reconoce y, mirándonos fijamente, parece preguntarnos qué haremos por Él.
Los comentaristas son unánimes en afirmar que las tinieblas que cubrían la Tierra cuando el Salvador nació eran la idolatría, el escepticismo de los filósofos, la ceguera de los judíos, la dureza del corazón de los ricos, la rebeldía y el ocio de los pobres, la crueldad de los soberanos, la injusticia de las leyes… Fue en la más profunda oscuridad de esas tinieblas que Jesucristo apareció como una luz.
Y como la misión de la luz es disipar las tinieblas, poco a poco fueron desapareciendo. En el orden de las realidades visibles, la victoria de la luz consistió en la instauración de la Civilización Cristiana, que a pesar de los fallos inherentes al género humano, resultó ser un auténtico Reino de Cristo en la Tierra.
Así lo recuerda León XIII en su encíclica Inmortale Deí: “Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En esa época la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina, penetraban en las leyes, instituciones y costumbres de los pueblos… Así organizaba, la sociedad civil dio frutos superiores a toda esperanza, cuya memoria subsiste y subsistirá…”
Pero… ¿y qué podemos hacer ante la ruina en la que se va precipitando nuestro mundo? Una cosa sí, desde luego, y muy sencilla: combatir las tinieblas y propagar la luz allí donde estemos.