En teoría, todos estamos de acuerdo en que es imprescindible llegar a un punto de encuentro donde podamos disfrutar de nuestras familias y, por otro lado, la productividad de las empresas y del trabajo no se vean comprometidas.
Algunas medidas se han adoptado en los últimos años como, por ejemplo, la regulación al permiso por maternidad o paternidad, concediendo a ambos unos meses para poder disfrutar del bebé y atender debidamente sus necesidades.
Sin embargo, aún estamos lejos de encontrar ese punto de encuentro, que pueda ser beneficioso tanto para la familia como para la empresa.
Ese equilibrio lo puede aportar, en gran medida y en su esencia, la doctrina social de la
Iglesia que siempre vela por bien común, en general, por el desarrollo integral de las familias y por la necesaria prosperidad de las empresas y del país.
Mientras estemos buscando dentro de la familia la equiparación igualitaria de roles y en la empresa un beneficio a costa del recto desarrollo de la vida familiar, estaremos dando palos de ciego y, peor todavía, provocando enfrentamientos innecesarios.
El trabajo dignifica tanto a la mujer como al hombre, y tanto uno como el otro tienen el derecho de poder aspirar a mejorar profesionalmente y que su trabajo sea reconocido. Pero también el hombre y la mujer tienen el derecho de formar una familia y poder tener los hijos que deseen, y que los políticos y las administraciones públicas reconozcan el valor que aporta la familia y los hijos para el progreso y el verdadero desarrollo de la sociedad.
Las situaciones de crisis a veces aportan soluciones nuevas. Quizá de las pocas cosas buenas, por decir algo, que nos ha traído la pandemia del coronavirus es el poder trabajar desde casa.
El teletrabajo es algo que puede facilitar la conciliación laboral y familiar, pero siempre y cuando sepamos dar el espacio adecuado y el tiempo necesario a cada una de las diferentes actividades. El tiempo nos dirá.