En una sociedad en la que lo bueno y lo malo son parámetros insignificantes, porque todo parecer estar supeditado únicamente a lo correcto y lo incorrecto –es decir, lo que aprueba o desaprueba la ley–, las ideas de culpa o redención suenan, como poco, subjetivas, y a menudo triviales. te el arrepentimiento.
Las lecciones que el papa Francisco ha dado desde que asumió su pontificado han insistido, de hecho, en demostrar lo contrario. Mediante gestos y palabras diversos, el Sumo Pontífice se ha empeñado en mostrar cómo un mundo en donde la gente no escucha, no se humilla, no acepta, no se arrodilla, no perdona, no ayuda… es un mundo inhóspito y absolutamente deshumanizado, donde no vale la pena vivir.
Tender la mano
Se redactaron muchas páginas internacionales sobre los discursos oficiales del Papa ante Raúl Castro, Barack Obama y las Naciones Unidas, entre otros, durante su reciente viaje a Cuba y Estados Unidos. De lo que quizá no se hicieron tanto eco los medios fue de su breve e intenso paso por el Instituto Correccional Curran-Fromhold, un gigantesco centro penitenciario a las afueras de Philadelphia. Allí saludó, uno por uno, a un centenar de detenidos, y les habló sobre el sentido de la reconciliación: “Este momento de la vida de ustedes sólo puede tener una finalidad: tender la mano para volver al camino, tender la mano para que ayude a la reinserción social. Una reinserción de la que todos formamos parte, a la que todos estamos invitados a estimular, acompañar y generar. Una reinserción buscada y deseada por todos: reclusos, familias, funcionarios, políticas sociales y educativas. Una reinserción que beneficia y levanta la moral de toda la comunidad y la sociedad”.
A esas frases optimistas y llenas de esperanza, añadió: “Quiero animarlos a tener esta actitud entre ustedes, con todas las personas que de alguna manera forman parte de este Instituto. Sean forjadores de oportunidades, sean forjadores de camino, sean forjadores de nuevos senderos. Todos tenemos algo de lo que ser limpiados y purificados. Todos. Que esta conciencia nos despierte a la solidaridad entre todos, a apoyarnos y a buscar lo mejor para los demás”.
Acabó el Papa su intervención calificando de “mentira” la creencia de que nadie puede cambiar. En una frase tan sencilla se encierra el misterio de la confesión y de la misericordia de Dios, que nunca se rinde con nadie, porque Cristo jamás lo hizo. En nuestras manos está el replicar esa misma actitud con nuestros prójimos y el acudir a Dios pidiendo nuestra conversión renovada.