Es preciso matizar de entrada la respuesta a la pregunta: efectivamente, existe una creciente presencia de la mujer en el mercado de trabajo, pero sobre todo en Occidente y en los países más industrializados. Otros lugares del mundo -casi toda África y muchas regiones de Asia- apenas han experimentado evolución en este sentido. Además, pese a dicha incorporación femenina al mercado de trabajo, ello no siempre ha garantizado que la mujer haya obtenido, de hecho, un cargo laboral. Ocurre con frecuencia que, aunque ella puede trabajar, todavía no lo hace de facto.
En cualquier caso, las ventajas de dicha participación de la mujer se pueden resumir en las siguientes:
1) El trabajo es una manera de autorealizarse. A diferencia de la concepción marxista, que entiende el desempeño laboral como una fuente de alienación, podemos afirmar que gracias al trabajo las personas pueden humanizarse a sí mismas y, de paso, ayudar a humanizar el mundo. Trabajar no es sólo producir, sino también relacionarse con compañeros, y eso enriquece la vida propia, tanto de hombres como de mujeres.
2) Las empresas y organizaciones se aprovechan de la igualdad de sexos que se va alcanzando para mejorar la productividad. La concepción igualitaria de aquéllas consigue aprovechar mejor la reserva de talento disponible en el mundo entero.
3) Gracias al esfuerzo de la mujer en el campo laboral, puede existir un segundo ingreso económico en la familia: si los dos padres trabajan, la familia percibirá más dinero mensualmente, lo cual, sin duda, es algo positivo.
Hay, sin embargo, una serie de desventajas a este respecto, las cuales se pueden resumir como sigue:
1) La madre pasa menos tiempo que antes en casa, de manera que la oportunidad de atender a los hijos disminuye, sobre todo durante sus primeros años de vida, que es cuando más calor necesitan éstos. En promedio, la mujeres dedican el doble de tiempo que los hombres a tareas domésticas y cuatro veces más al cuidado de los niños. Parece claro que, al menos durante un tiempo considerable, la transición de las madres al mercado laboral supondrá un cierto desequilibrio en el hogar.
2) Se corre el riesgo real de que la mujer priorice el trabajo sobre el resto de cosas, de modo que la opción de tener hijos pase a un segundo o tercer plano. Las propias mujeres han reconocido que el trabajo remunerado constituye una causa para tener menos hijos.
3) Al menos por ahora, existe un riesgo de acoso sexual a la mujer en el trabajo. Esto no es culpa de ella, por supuesto, y resulta imperativo cambiar la tendencia, pero la realidad es que lamentablemente la mujer sufre discriminación de múltiples maneras: por lo general, cobra menos que su compañero varón, aunque esté ocupando el mismo cargo; tiene menos opciones de que la contraten a tiempo completo por la posibilidad de que quede embarazada antes o después; y con frecuencia la obligan a trabajar más horas que al resto de personas.
En definitiva, la mujer goza de la misma dignidad que el hombre, como toda persona creada y querida por Dios, y está igualmente llamada al trabajo y la santificación a través de él. Pero la tendencia feminista de considerar la maternidad y la educación como una carga o una desdicha es un error, pues se olvida de que ésta puede ser un trabajo igual de digno -si no más digno- que cualquier otra profesión laboral.