La llamada “obsesión” diabólica es una forma extraordinaria de actuar de Satanás, bajo permisión divina y generalmente empleada contra personas santas y que le resultan peligrosas a su acción malvada. Supone una influencia constrictiva psíquica o física, extrínseca a la persona que la padece, y por medio de ella intenta escandalizarla, neutralizarla o desesperarla. En el caso de muchos santos, se ha tratado de un verdadero asedio, pero lo más íntimo del alma permanece fiel a Dios y logra finalmente la victoria.
Por “obsesión” no se entiende aquí que la persona esté obsesionada con el demonio y con su acción por un motivo intrínseco, por su propia mente; al contrario, es una obsesión venida de fuera a la mente y al cuerpo de la persona que la padece.
A diferencia de la posesión diabólica, en la obsesión el alma conserva la conciencia de su acción vital y motriz sobre sus órganos corporales, pero nota claramente la acción exterior de Satanás y/o de otros demonios, que trata de violentarla con una fuerza inaudita. Siguiendo al P. Royo Marín, O.P., y a otros teólogos, diremos que la obsesión puede ser interna o externa.
La obsesión interna se distingue de las tentaciones ordinarias sólo por su violencia y duración. Turba el alma, en ocasiones en forma de idea fija y absorbente, otras veces mediante imágenes y representaciones que se imponen como si fueran reales, y puede inclinar a lo que hay que evitar y producir repugnancia hacia nuestros deberes y obligaciones. El alma se siente con frecuencia llena de imágenes importunas, obsesionantes, que la empujan a la duda, al resentimiento, a la cólera, a la desesperación o al encanto de la voluptuosidad. El mejor remedio es siempre la oración, junto con la humildad, la confianza en Dios y en la protección de la Virgen María, el uso de los sacramentales y la obediencia al director espiritual.
La obsesión externa
Por su parte, la obsesión externa y sensible es más espectacular e impresionante, pero en realidad es menos peligrosa, de no ser que se una a la obsesión interna. La vista es afectada por apariciones diabólicas agradables y halagadoras (como ángel de luz) o terribles y amenazadoras; el oído es atormentado con estrépitos y ruidos espantosos, obscenidades, blasfemias, músicas voluptuosas… El olfato puede percibir olores suaves que excitan la sensualidad o, por el contrario, pestilentes. El gusto puede ser excitado a la gula o verse afectado por la repugnancia o la imposibilidad de ingerir los alimentos que se le presentan (gusanos en la comida, espinas…). En fin, el tacto puede experimentar golpes terribles o abrazos y caricias voluptuosas. Este tipo de experiencias de obsesión externa la han padecido muchos santos desde la antigüedad: San Antonio Abad y muchos monjes egipcios, San Benito, Santa Catalina de Siena, San Alonso Rodríguez, Santa Margarita de Cortona, Santa Teresa de Jesús, San Francisco Javier, Santa Gema Galgani, San Juan María Vianney, San Pío de Pietrelcina…
Acrisolar la virtud de un alma
La obsesión diabólica se produce siempre bajo permisión divina para acrisolar la virtud de un alma y aumentar sus merecimientos, pero se debe a la envidia y la soberbia del demonio ante las almas santas. También puede originarse, sin embargo, en la imprudencia del obsesionado si éste ha provocado o desafiado a Satanás pensando que era más fácil vencerle. En menos ocasiones puede tener su raíz en una propensión natural de la persona obsesionada, que da oportunidad a Satanás para atacarla en su punto más débil (en caso de obsesión interna, no de la externa).
Un director espiritual, ante estos casos, debe considerar que la obsesión se suele producir en almas muy adelantadas en la virtud. Por otra parte, tiene que distinguir si se trata de personas psíquicamente equilibradas. También puede obtener pruebas evidentes de obsesión externa al observar ciertos hechos (huellas de golpes, traslación de objetos sin que nadie visible los mueva…). Y debe proceder siempre con paciencia y suavidad hacia las almas obsesionadas, haciéndolas ver que el demonio nada podrá finalmente. En casos más graves y persistentes, se puede recurrir a un exorcismo privado, o solemne si fuera el caso.
En parte relacionada con la obsesión y en parte con la posesión, se habla en ocasiones de la “infestación diabólica”, que afecta a objetos y animales sobre los que Satanás y sus demonios ejercen una influencia maléfica para usarlos con el fin de hacer daño a algunas personas: ciertos libros, casas encantadas, etc.