La existencia de la posesión diabólica es indiscutible y parece pertenecer al depósito de la fe, aunque lamentablemente hoy existen muchos eclesiásticos reticentes a creer en ella o a darle importancia. De hecho, no son muchas las diócesis que cuentan con exorcistas oficiales. En los Evangelios, según lo vimos en su momento, nos encontramos numerosos casos y no se trata de ataques de epilepsia, como algunos exégetas han pretendido. También los Apóstoles, como dijimos, realizaron exorcismos. Y a lo largo de la Historia de la Iglesia se han registrado abundantes casos de posesión diabólica y de consiguientes exorcismos, llevados a cabo con un conveniente Ritual promulgado por la Santa Sede.
Monseñor Corrado Balducci, demonólogo de la diócesis de Roma, define la posesión diabólica de la siguiente manera: “La posesión diabólica consiste en una presencia del demonio en el cuerpo humano, hasta el punto de que sofoca la misma guía directiva de la persona, que se convierte así en instrumento ciego, dócil, fatalmente obediente a su poder perverso y despótico. En esta situación se dice que la persona está poseída, endemoniada. Ésta, como no es consciente, tampoco es moralmente responsable de sus acciones, por más injuriosas y perversas que sean. Mostrará una agitación insólita y violenta. Un individuo puede ser poseído por uno o varios demonios, como también un solo demonio puede posesionarse de varias personas. Respecto del ejercicio de este poder, no siempre se encuentra en el poseído una presencia operante del diablo; se suele hablar así de períodos de crisis, que generalmente surgen ante lo sagrado”.
La Posesión
Hay que recalcar que el demonio toma posesión del cuerpo, pero no del alma en sí misma. Los momentos de crisis se manifiestan por el acceso violento del mal y el demonio se muestra por medio de palabras y frases, que con frecuencia llegan al insulto y la blasfemia, estallidos de rabia y de impiedad, obscenidades, etc. Normalmente se trata de hechos poco prolongados y, cuando el endemoniado vuelve sobre sí, en estado de calma, no recuerda nada de lo que el demonio ha hecho o dicho por medio de él, aunque sí puede percibir a veces algo del espíritu infernal al principio de la irrupción, cuando comienza a usar despóticamente de sus miembros. No obstante, hay casos en que el alma es consciente y asiste con asombro a lo que sucede.
Discernimiento de casos de posesión
No se puede caer en el psicologismo con el que las mentes escépticas quisieran reducir los casos de posesión diabólica a simples explicaciones de trastornos mentales. Cuando se trata de un auténtico caso de posesión, no hay cura médica posible y lo único que se hace si ésta se intenta es prolongar y aumentar el problema, sin llegar a solucionarlo. Pero ello no quita que la Iglesia Católica recomiende, como es lógico, una máxima prudencia a la hora de discernir bien los casos reales de posesión y por eso es conveniente la colaboración en muchos casos, en un primer momento, entre un exorcista y un psiquiatra católico que crea en la realidad de la posesión.
No es un trastorno mental
Por lo general, existen algunos datos que evidencian una verdadera posesión y la distinguen con cierta nitidez respecto de un trastorno mental: hablar lenguas no sabidas (aunque también hay que ser cautos y averiguar si el supuesto poseso pudo haber aprendido en su niñez una lengua que luego olvidó), revelación de cosas ocultas o distantes sin causa natural que pueda explicarlas, uso de fuerzas notablemente superiores a las naturales (se pueden dar hechos preternaturales como la levitación, andar con los pies por el techo y la cabeza hacia abajo, levantar pesadas cargas que varios hombres juntos no podrían mover, romper metales u objetos muy duros que uno solo no podría conseguir hacerlo, arrojar por la boca clavos o tornillos, etc.). Uno de los rasgos más sobresalientes es la aversión extrema hacia todo lo sagrado, muy en especial hacia la Santísima Virgen y la Eucaristía, con manifestaciones brutales de cólera o de terror ante su nombre o su presencia. De hecho, muchos posesos pasan del estado de calma al de crisis en el momento de la consagración en la Santa Misa, ante un sagrario donde está reservado Jesús Sacramentado o en santuarios marianos, y cuando se pronuncian los nombres de Jesús y de María manifiestan espanto y un rechazo bestial.