Pío XI afirma en la encíclica Quas primas (1925) que la paz de Cristo hay que buscarla en el reino de Cristo, porque su restauración es el medio más eficaz para el restablecimiento de la paz en todos los órdenes. El Año Santo ha contribuido a destacar este reinado, juntamente con diversas celebraciones: la Exposición Misional, las canonizaciones de seis santos en las que el pueblo cantó con entusiasmo el himno Tu, Rex gloriae Christe y el XVI centenario del Concilio de Nicea. En consecuencia, el Papa aborda ahora en esta encíclica el culto y la institución de la nueva fiesta de Cristo Rey, haciéndose eco de las súplicas a él venidas tanto individual como colectivamente por parte de numerosos cardenales, obispos y fieles.
Hecha esta presentación, Pío XI aborda a continuación la Realeza de Cristo, teniendo presente tanto su sentido figurado o metafórico −Cristo reina en las inteligencias, en las voluntades y en los corazones de los hombres−, como en sentido propio y estricto, ya que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino (cf. Dan 7,13-14). El Papa hace entonces un breve repaso de las afirmaciones bíblicas de esta Realeza, así en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, y advierte que por eso la Iglesia la ha celebrado siempre en su liturgia, glorificando a su Autor y Fundador como Soberano Señor y Rey de los Reyes. El fundamento de tal Realeza se encuentra en la unión hipostática y en la Redención: en consecuencia, Cristo debe ser adorado como Dios por los ángeles y por los hombres, y asimismo unos y otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer en cuanto hombre; tiene, pues, potestad sobre todas las criaturas y es Rey por derecho de naturaleza, pero también lo es sobre los hombres especialmente por derecho de conquista en virtud de su obra redentora.
Carácter de la realeza de Cristo
Por lo que atañe al carácter de esta Realeza, presenta una triple potestad: legislativa, judicial y ejecutiva; los tres poderes los ha ejercido y los ejerce Jesucristo. Su Reino es principalmente espiritual, sobre las realidades del espíritu, frente al mesianismo terrenal en que esperaban los judíos e incluso los Apóstoles. Pero a la vez, señala también Pío XI, «incurriría en un grave error el que negase a la humanidad de Cristo el poder real sobre todas y cada una de las realidades sociales y políticas del hombre, ya que Cristo como hombre ha recibido de su Padre un derecho absoluto sobre toda la creación, de tal manera que toda ella está sometida a su voluntad». Mientras estuvo sobre la tierra, se abstuvo del ejercicio de este poder en lo temporal, pero, como dijo León XIII, citado por Pío XI, ahora «el poder de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que, por haber recibido el bautismo, pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de tal manera que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano».
Si bien se permite que las autoridades civiles ejerzan el poder, es como poder delegado por Cristo en ellas; por lo tanto, los individuos y los Estados están sometidos al reinado de Cristo y los gobernantes deben rendirle culto y reconocimiento público, de lo cual se derivarán grandes bienes a toda la sociedad civil: justa libertad, autoridad consolidada, orden tranquilo, pacífica concordia ciudadana y profunda conciencia de fraternidad universal. Como ya advirtiera León XIII, al que nuevamente cita Pío XI, el reconocimiento público de la Realeza de Cristo es el único remedio para curar los males de la sociedad de nuestra época.