Los hijos captan el cariño y afecto de sus padres por el trato amable que hay en la convivencia. El bagaje de la atención y los gestos en dicha convivencia, envían el siguiente mensaje: te quiero o no te quiero.
Preguntas que ayudan a examinar cómo es ese ambiente de hogar: ¿se habla sin gritos, con corrección?; ¿se transmite ansiedad o calma?; ¿se hacen las cosas por miedo a un posible castigo o por espíritu de servicio?; ¿se tienen en cuenta las edades y la madurez de cada hijo a la hora de exigir el cumplimiento de las normas establecidas?; ¿hay ambiente de equipo?; cuando un hijo quiere hablar ¿se le escucha con atención?; ¿se concede suficiente tiempo para que asimilen y acojan lo que se ha hablado?; ¿hay momentos para conversaciones personales?; ¿se dicta o se sugiere?; ¿se utilizan con frecuencia las expresiones por favor y gracias? ...
Dos ejemplos que leí hace tiempo en un libro. Si usted es ginecóloga y hoy ha ayudado a
nacer a varios niños, al llegar a casa le queda la labor más importante del día: ejercer de madre.
Si usted es bombero y ha apagado un incendio y salvado la vida a tres personas, al llegar a casa le queda la labor más importante del día: ejercer de padre.
¿Y en qué consiste esa labor? En potenciar en los hijos las características que consideramos propiamente humanas. ¿Patinar? No. ¿Aprender un idioma? No. Las características más propiamente humanas apuntan al respeto, a la generosidad, a la capacidad para expresar afecto, a la actitud abierta para acoger, escuchar, perdonar y pedir perdón, a la coherencia de vida, a la empatía, al espíritu de servicio, a la responsabilidad, a la gratitud, a la paciencia, a la disponibilidad .