Estoy seguro de que entre los lectores habrá personas afines a ideologías bien distintas entre sí, lo cual no sólo es aceptable, sino deseable: eso es una prueba de la libertad y del respeto que Dios mismo quiso que definiera al ser humano.
Lo que no me parece defendible, bajo ningún punto de vista, es la enorme trivialidad con la que muchos dirigentes, medios de comunicación y ciudadanos de a pie se han referido a los ancianos. Ellos han sido, sin duda, los más afectados estos últimos meses por el Covid-19, y sin embargo, se los ha relegado con frecuencia a un segundo plano, como si sus vidas fueran menos importantes o valiosas que las de un adulto, un joven o un niño.
Pues no. No y rotundamente no. Las personas mayores son las que nos han traído a este mundo, las que nos han criado, educado, formado y hecho quienes somos ahora. Sin excepción. A ellos les debemos un sinfín de bondades y bendiciones, empezando por nuestra propia existencia. Además, no lo olvidemos, a ese punto de vejez llegaremos la mayoría de nosotros. Quizá nos creamos muy jóvenes ahora, tal y como se sintieron nuestros abuelos hace unas pocas décadas, pero no olvidemos que en menos que canta un gallo nos plantaremos en una edad similar a la suya, con síntomas, anhelos y sufrimientos parecidos.
Lo mínimo que podemos hacer ahora, mediante todas las herramientas que estén a nuestro alcance, es garantizar a esos millones de ancianos una vida digna, solidaria y reconocedora de la dignidad que ostentan, así como merecedora del agradecimiento que les debemos. La inmensa mayoría de ellos han hecho sacrificios encomiables y generosos con tal de asegurar la prosperidad y felicidad de sus hijos y nietos… ¿y les correspondemos con la indiferencia o, lo que es peor, con el menosprecio?
Una sociedad que ningunea a los jubilados es una sociedad podrida. Deshumanizada. Por el contrario, una nación que apuesta por cuidar a la tercera edad demuestra que le empujan ideales cristianos y caritativos. Así ocurre en muchos países asiáticos, por ejemplo en Japón, donde el 25% de la población tiene más de 65 años y cuya cultura milenaria ha apostado siempre por darles la más alta estima (sin ir más lejos, en 2005 aprobaron una Ley de Prevención del Abuso y Apoyo para Ancianos). Recapacitemos, pues, y volvamos a nuestras raíces más profundas, de corazón y con hechos.