Por lo que atañe a sus deberes para con Dios, puede decirse que en María se encuentra perfectamente la virtud de religión y que Ella es Modelo de oración, algo que queda expresado con claridad en el Evangelio.
Virtudes morales de María.
Además de las virtudes teologales y de religión en grado sumo, María poseyó igualmente de manera excelsa todas las virtudes morales. Su pureza, acorde con su virginidad espiritual y corporal, hizo de Ella la Virgen pura, incomparablemente más pura que todos los ángeles, y se plasmó en sus costumbres, en su castidad ejemplar para todas las vírgenes, en su rechazo al pecado, en un alma conservada siempre pura. La fortaleza la convirtió en la Mujer fuerte, la Virgen fuerte, torre inexpugnable que soportó con ánimo esforzado sus inmensos dolores como Reina de los Mártires, que en defensa de los derechos de su Hijo ha acudido también en auxilio de la Iglesia, terrible como un ejército en orden de batalla (acies ordinata), de actitud valiente y audaz.
En cuanto a su perfecta obediencia, incluso a su propio Hijo, Ella es “la esclava del Señor” y la Madre de Dios, que acogió dócilmente la palabra del Señor con su fiat. Y estrechamente unida a la obediencia se halla la humildad, virtud de la que María está siempre llena y que la hizo resplandecer, por ejemplo, por su sumisión a San José. Por todo ello, fue siempre fiel a Dios y a sus obligaciones, tanto a las mayores de su condición de Madre de Dios y Socia del Redentor, como a las más modestas propias de su vida familiar en el hogar. María destaca, asimismo, en esa humildad y con ese espíritu contemplativo, de oración, como la Mujer callada y atenta, a la vez que vigilante a las necesidades de los demás, y agradecida con su Dios, al que canta el Magnificat por las maravillas que ha obrado en Ella.
Sabiduría de María.
La Santísima Virgen es la Sede de la Sabiduría, Sedes Sapientiae, como se le reza en las letanías lauretanas y la proclamó el Congreso Mariano de México de 1945. Por ese motivo, es garantía de la ortodoxia doctrinal frente al error y ha destruido todas las herejías y todos los falsos sistemas que, prometiendo al género humano llevarle a la perfección y la más absoluta felicidad, sin embargo le precipitan en la corrupción y la ruina. La Sabiduría de María se observa en aspectos como la toma de conciencia de su misión, en el mismo momento de la Anunciación, así como porque en el Magnificat preanunció el culto que le sería tributado.
Hermosura de María.
A tal plenitud de gracia, excelsitud de santidad, pureza virginal y dignidad de Madre de Dios, debía corresponder una suprema hermosura, tanto espiritual como corporal: ciertamente esta belleza es propia de María, superando a la de todas las criaturas. Tomando como referencia ciertos textos del Apocalipsis que la Tradición de la Iglesia ha aplicado a Ella, es, en efecto, “hermosa como la luna” (pulchra ut luna), fulgurante y “excelente como el sol” (electa ut sol). Es bonito lo que Pío XII decía de Ella: “¡Qué bella debe de ser la Virgen! ¡Cuántas veces nos ha impresionado la belleza de una cara angelical, el encanto de la sonrisa de un niño, la fascinación de una mirada pura! Ciertamente, en el rostro de su propia Madre, Dios ha recogido todos los resplandores de su arte divino. ¡La mirada de María! ¡La sonrisa de María! ¡La dulzura de María! ¡La majestad de María, Reina del Cielo y de la Tierra! Como brilla la luna en el cielo oscuro, así la hermosura de María se distingue sobre todas las hermosuras, que parecen sombras junto a Ella. María es la más bella de todas las criaturas” (Radiomensaje a la Acción Católica Italiana en la apertura del Año Mariano, 8-XII-1953, n. 1).
Pero no se trata únicamente de una belleza natural, sino también espiritual, tal como ha de serlo en una santidad tan excelsa como la de María. Sus virtudes interiores y la gracia de Dios sobre Ella se reflejan en el aspecto total de María. Y, lo que aún la hace más grande: si Ella recibe su belleza de Dios mismo y de los dones y gracias con que Él la ha colmado, a su vez la belleza de Cristo procede de Ella.
En fin, su belleza corporal es única por ser a la vez Virgen y Madre, y resulta tan sublime, que en vano intentaron ardientemente reproducirla los artistas, los poetas y los santos. Se cuenta de Santa Bernardita, la vidente de Lourdes, que en una ocasión le mostraron una representación muy bella de la Santísima Virgen conforme a la descripción de cómo la había visto aparecerse y dijo: “Es la menos fea de todas las que me han enseñado”. Es decir, en comparación con la excelsa belleza de María que Bernardita había contemplado, no era casi ni un lejano reflejo.