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Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando

En aquel tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo. 
Entonces les dijo esta parábola: 
- Salió el sembrador a sembrar su semilla. 
Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. 
Otro poco cayó en terreno pedregoso, y, al crecer, se secó por falta de humedad. 
Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. 
El resto cayó en tierra buena, y, al crecer, dio fruto al ciento por uno. 
Dicho esto, exclamó: 
- El que tenga oídos para oír, que oiga. 
Entonces le preguntaron los discípulos: 
- ¿Qué significa esa parábola? 
Él les respondió: 
- A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. 
El sentido de la parábola es éste: la semilla es la Palabra de Dios. 
Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. 
Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la Palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. 
Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. 
Lo de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la Palabra, la guardan y dan fruto perseverando.

Comentario Papa Francisco

Un sembrador salió a sembrar; sin embargo, no toda la semilla que espació dio fruto. Lo que cayó al borde del camino se lo comieron los pájaros; lo que cayó en terreno pedregoso o entre abrojos brotó, pero inmediatamente lo abrasó el sol o lo ahogaron las espinas. Sólo lo que cayó en terreno bueno creció y dio fruto (cf. Mc 4,3-9; Mt 13,3-9; Lc 8,4-8). Como Jesús mismo explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su palabra. La semilla, sin embargo, se encuentra a munudo con la aridez de nuestro corazón, e incluso cuando es acogida corre el riesgo de permanecer estéril. Con el don de fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera el terrero de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las incentidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa