POR el Antiguo Testamento sabemos que no sólo los hombres individuales cuentan con ángeles custodios encargados de protegerlos, sino también las colectividades humanas, principalmente los pueblos o naciones.
De una forma muy especial, estas referencias se hacen al pueblo de Israel, pero no sólo. Para el caso de Israel ya hemos recogido anteriormente algunas citas del libro del Éxodo que son bien claras: “He aquí que enviaré mi ángel que vaya delante de ti y te guarde” (Ex 23,20; y parecida en Ex 23,23). También dijimos que San Miguel aparece en el libro de Daniel como ángel protector de Israel (Dan 10,13.21; 12,1). Y es precisamente en estos textos de la profecía de Daniel donde además hay unas alusiones muy claras a la existencia de los ángeles guardianes de otros pueblos y naciones: concretamente se habla del “príncipe del reino de Persia” y del “príncipe de Grecia”.
Si bien en el texto de Daniel da la impresión de que estos ángeles de Persia y Grecia están enfrentados a Dios y a San Miguel, el Pseudo-Dionisio Areopagita aclara la cuestión: que los pueblos protegidos por ellos se desviasen hacia los falsos dioses no es culpa de tales espíritus protectores, sino de esos mismos pueblos
que fueron a la deriva por propia iniciativa, apartándose del camino del Señor. Y partiendo de todo esto, el Pseudo-Dionisio afirma lo siguiente: “Uno es el Principio universal y una la Providencia. Y de ninguna manera debemos pensar que Dios vela tan sólo por el pueblo judío […], sino que la Providencia del Altísimo, que es la misma y única para todos, se preocupa por la salvación de todos los pueblos y mandó ángeles propios que les dirigiesen en su ascensión [hacia Dios], pero casi solamente Israel entre todos fue el que [antes de Cristo] se convirtió por el don de la luz y confesó al verdadero Señor. […] La Providencia universal es única […] y todos los ángeles puestos al frente de cada una de las naciones tienen la misión de conducir hasta la Providencia, como a su propio Principio, en la medida que pueden, a todos los que quieran seguirlos de buen grado" (La Jerarquía Celeste, IX, 4).
Al Ángel Custodio de España se le |
En un libro que es una extensa Novena al Santo Ángel Custodio de España, elaborado por D. Leopoldo Eijo Garay en 1917 siendo obispo de Tuy (más tarde lo sería de Madrid-Alcalá), este prelado recoge toda una serie de testimonios de Padres de la Iglesia que afirman la existencia de ángeles custodios de las naciones (día 3º de la Novena). Así, cita a Teodoreto de Ciro, quien señala: “Que cada nación tiene su propio ángel custodio lo afirma la Escritura”. Y San Basilio Magno: “Unos ángeles están al frente de las naciones, otros acompañan a cada uno de los fieles”. Recuerda que lo sostienen asimismo Juan Casiano, San Gregorio Magno, San Isidoro de Sevilla, San Cirilo, San Gregorio Nacianceno, San Gregorio de Nisa, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo, San Hilario de Poitiers, San Ambrosio de Milán y San Juan Damasceno, el cual dice: “Mensajeros y ministros de Dios ejecutan su voluntad, se muestran a veces a los hombres, están destinados para guardianes de ciertas regiones de la tierra, de ciertas naciones; se ocupan de nuestros intereses y nos prestan auxilio”. Y si ésta es doctrina común en la Patrística, lo es igualmente entre los grandes teólogos católicos. Advierte que esto es conforme a razón: puesto que Dios creó al hombre como ser social, es lógico que concediera también la guarda de las sociedades humanas conformadas en pueblos o naciones a determinados ángeles.
A todos los testimonios de la Biblia y de la Tradición que se han aducido debemos añadir un dato muy importante, revelado precisamente en el mismo año de la edición de esta novena (1917): el ángel que se apareció a los tres pastorcitos en Fátima antes de las apariciones de la Santísima Virgen les dijo ser “el ángel de Portugal”.
En fin, para el caso del Ángel Custodio de España, cabe decir que existe representación artística de él (en el escudo protector lleva el escudo de armas de España, con los símbolos de sus reinos históricos) y que la Santa Sede concedió a España, a petición del rey Fernando VII a principios del siglo XIX, celebrar su fiesta con oficio propio el día 1 de octubre, para darle gracias por la asistencia con que nos favorece, por haber puesto fin al cautiverio del monarca bajo los franceses y a tantas calamidades sufridas por España y para impetrar su auxilio y protección en los tiempos venideros.