Si recordamos algunas palabras del Papa Benedicto XVI que recogimos cuando hablamos de sus enseñanzas acerca de los ángeles, deberemos recalar en el hecho de que ellos han de constituir una parte no poco importante en nuestra vida espiritual.
Así, por ejemplo, el 29 de septiembre de 2008 decía que “la presencia invisible de estos espíritus bienaventurados nos ayuda y consuela: ellos caminan a nuestro lado y nos protegen en toda circunstancia, nos defienden de los peligros y podemos recurrir a ellos en todo momento”; por eso debemos “invocar con confianza su ayuda, así como la protección de los ángeles custodios”; “muchos santos mantenían con los ángeles una relación de verdadera amistad y hay muchos episodios que testimonian su asistencia en particulares ocasiones.
Los ángeles son […] un válido auxilio en la peregrinación terrena hacia la patria celestial” (29 de septiembre de 2008). “Invoquémosles a menudo para que nos sostengan en el empeño de seguir a Jesús hasta identificarlos con Él” (1 de marzo de 2009).
En efecto, ellos son intercesores nuestros ante Dios y Él los ha creado para que nos ayuden en el camino hacia la vida eterna. De ahí la importancia de rezar a los ángeles, de pedir su asistencia y de tenerlos también por modelos de fidelidad a Dios. De ahí igualmente el deseo de compartir su gloria en el Cielo.
Los coros angélicos y nuestra vida espiritual
El Papa San Gregorio Magno señala que la consideración sobre los nueve coros angélicos debe sernos provechosa en santos deseos de acrecentar nuestras virtudes, ya que creemos que ha de completarse en el Cielo el vacío dejado por los ángeles caídos (Homilías sobre los Evangelios, 34, 11).
Pero es quizá sobre todo el abad San Bernardo de Claraval quien, en un tratado elaborado para su discípulo el Papa Eugenio III y después de hablar de las características de cada uno de los nueve coros angélicos (ángeles, arcángeles, virtudes, potestades, principados, dominaciones, tronos, querubines y serafines), señala lo que acerca de Dios y de su amor a nosotros se puede descubrir en cada uno.
“Hay que descubrir en los espíritus llamados serafines cómo Dios es capaz de amar cuando no hay razón alguna para amar; pero también cómo es incapaz de odiar nada de cuanto Él ha creado. […]
Hay que descubrir en los querubines, llamados plenitud de ciencia, que Dios es señor de todo conocimiento […], que es todo luz y que no hay en Él tiniebla alguna. […]
Hay que descubrir en los tronos cómo se sienta sobre ellos un juez libre de toda sospecha para los inocentes, que no quiere engañar ni ser engañado, porque es amor y luz. […]
Hay que descubrir en las dominaciones la majestuosa grandeza del Señor […].
Hay que descubrir en los principados el principio del que todo procede […].
Hay que descubrir en las potestades con qué poder protege Dios a los mismos seres que domina, venciendo y arrojando lejos a todo poder adverso.
Hay que descubrir en las virtudes que Él es fuerza presente por igual en todas partes, por la cual existen todos los seres […].
Por último, hay que descubrir en los ángeles y arcángeles la verdad y la verificación de aquellas palabras: ‘A Él le interesa nuestro bien’, pues no cesa de alegrarnos con las visitas de seres tan grandes y admirables, instruyéndonos con sus revelaciones, previniéndonos con sus sugerencias y consolándonos con su asistencia” (Sobre la consideración, libro V, 4,10).
“Los ángeles y los arcángeles están junto a nosotros, pero Dios, que no sólo está cerca, sino dentro de nosotros, se nos muestra mucho más fraternal” (Sobre la consideración, libro V, 4,11). Los ángeles nos sugieren el bien, nos exhortan a él; “el ángel está con el alma; Dios está en el alma” (Sobre la consideración, libro V, 4,12).