Es también cierto, que muchos padres (de familias débiles) ven los males que rodean a sus hijas e hijos pero no se sienten con autoridad moral suficiente para guiarles porque, ellos mismos, no viven acorde a lo que desean y piensan: “no puedo exigirles lo que yo no vivo”. En este sentido tienen razón, pero la solución no es desertar del papel de padre, de madre, sino proponerse re-comenzar y vivir una vida coherente en la que casen pensamientos y acciones e involucren en dicho re-comienzo a hijas e hijos.
Esta es la forma que recomiendo para recuperar la ilusión y salir de la zona de confort que inmoviliza y hunde a las familias que se asientan en el dictado de lo que se ofrece como “nueva normalidad”.
Ver lucha, coherencia y unión en los padres es algo que necesitan los jóvenes, dada la gran presión que ejercen hoy las leyes de las ideologías que se están imponiendo y que van encaminadas a aislar a la persona de su núcleo familiar y de sus referentes. Se sabe que una persona sola, aislada y sin raíces, es mucho más vulnerable y fácil de manipular… y a eso se apunta. Se está generando a través de las televisiones, todo un sistema que infecta tanto el ámbito familiar como al social.
Por eso, consolidar la familia haciendo equipo, con metas y objetivos comunes, donde se ayuda, se dialoga y en cualquier momento se pueda decir: “Mírame. A mí también me cuesta esfuerzo ponerme a hacer las cosas porque tengo pereza, pero cuando pienso en ti me viene la energía para luchar y seguir adelante. Y si la TV, las amigas, los amigos, te proponen cosas contrarias a las que tenemos en nuestra familia… ¡párate a pensar!, reflexiona, no te lances sin más”.
Conviene también, hacerles ver con ejemplos, que lo bueno no es dejarse llevar por los instintos, pasiones y sentimientos como si careciésemos de espíritu, de razón y lo que tenemos que hacer… ¡ahora! Es así como brota la alegría en nuestro corazón y, con ella en nuestro interior, teñimos nuestro entorno.
Todo esto requiere mucho diálogo: escuchar y hablar, escuchar y hablar… Y no perder de vista que lo que se siembra, antes o después, da fruto.