En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo:
- Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.
Pero el Señor le contestó:
- Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.
Comentario Papa Francisco
San Francisco de Asís comprendió muy bien el secreto de la Buenaventuranza de los pobres de espíritu. De hecho, cuando Jesús le habló en la persona del leproso y en el crucifijo, reconoció la grandeza de Dios y su propia condición de humildad. En la oración, el Poverello pasaba horas preguntando al Señor: “¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo?”. Se despojó de una vida acomodada y despreocupada para con la “Señora Pobreza?, para imitar a Jesús y seguir el Evangelio al pie de la letra. Francisco vivió inseparablemente la imitación de Cristo pobre y el amor a los pobres, como las dos caras de una misma moneda. En un cristiano, las obras del servicio y de caridad nunca están separadas de la fuente principal de cada acción nuestra: es decir, la escucha de la Palabra del Señor, el estar -como María de Betania- a los pies de Jesús, con la actitud del discípulo. Y por esto, se reprende a Marta. Es de la contemplación, de una fuerte relación de amistad con el Señor, de donde nace en nosotros la capacidad de vivir y llevar el amor de Dios, su misericordia, su ternura hacia los demás.