La fama de orador sacro, sabio y santo de San Antonio llegó a los oídos del fundador de la Orden de los Frailes Menores. En la Regla, aprobada el 29 de noviembre de 1223, se nota aún la poca simpatía por los letrados: “Los que no saben letras no traten de aprenderlas”. Poco después, hacia finales de 1223 o comienzo de 1224, Francisco de Asís aprueba el magisterio de Antonio, en un documento que ha llegado hasta nosotros: “A Fray Antonio, obispo mío. Tendré mucho gusto en que enseñes Teología a los frailes, con tal de que en tus alumnos no dejes disminuir el espíritu de oración y devoción, como está escrito en la Regla.” El eco de este nombramiento como primer lector/profesor de la Orden de los Frailes Menores lo encontramos en el testamento del mismo seráfico padre: “A todos los teólogos y a los que nos administran las santísimas palabras divinas debemos honrar y venerar como a quien nos administra espíritu y vida”.
De esta forma, San Antonio pasa de simple predicador o evangelizador a maestro de formación pastoral y formador de formadores. Se convierte así en el hombre del Libro (en la iconografía más primitiva del siglo XIII, agregándole en el siglo siguiente una llama
y un corazón). Es decir, nuestro Doctor Evangélico, además de ser un hombre de cultura, tiene un corazón de fuego.
En la calidad de profesor de Teología, primero en Bolonia, después en Toulouse e Montpellier (Francia) y finalmente, con alguna probabilidad en Padua, siempre en cursos rápidos, intensivos, en una especie de reciclaje, Antonio va haciendo anotaciones y redactando esquemas. Así es que, cuando hacia 1227, ya de nuevo en Italia, los hermanos le piden agrupar las anotaciones a fin de publicar sus lecciones y cuanto venía exponiendo
al pueblo, en público, y a los frailes en particular, opta por redactar lo que se denominó Opus Evangeliorum y nosotros conocemos comúnmente como sus Sermones Dominicales y Festivos. Antonio fundamenta su saber dentro del esquema del año litúrgico. Considerándose más educador que profesor, su enseñanza, ya sea en la cátedra o en el púlpito, es pragmática: tiene por objetivo el provecho inmediato de sus alumnos y de sus oyentes. Cada uno de los sermones dominicales engloba la presentación de lo que él mismo llamó de “cuádriga”, un carro capaz de transportar hacia el cielo a cualquier lector u oyente atento y esforzado, a saber: el Evangelio, la Epístola, el Introito y la Historia del Antiguo Testamento. El comentario y la concordancia de estos cuatro textos
bíblicos, de cada uno de los domingos, le sirven a Antonio para exponer los misterios de la fe, los dictámenes de la moral cristiana, la doctrina de los sacramentos, las exigencias
de las virtudes teologales y cardinales, los votos de la religión (obediencia, pobreza y castidad), las bienaventuranzas, los dotes del cuerpo glorioso y los novísimos del hombre (escatología). Al mismo tiempo, fustiga los vicios de los hombres de la época, dejando al
descubierto a todos los corruptos de la sociedad medieval, desde el alto clero (obispos, canónigos, priores y otros prelados de la Iglesia) hasta a los religiosos olvidados de la
disciplina religiosa, y negociantes adinerados y soberbios, y a los maestros.
(Extraido de la Coletanea de Estudos Antonianos,
Fr. Henrique Pinto Rema, OFM. Centro
de Estudos e Investigação de Sto. Antonio.
Págs. 449 y sig. Texto publicado en 1994.)