Y no dudo: “Diría simplemente que es la dificultad para creer. El relativismo ya es espontaneo para el hombre de nuestro tiempo. Hoy en día parece un gesto de soberbia, incompatible con la tolerancia, pensar que hemos recibido realmente la verdad del Señor… En este contexto creer es un acto que se hace cada vez más difícil, se asiste de este modo a la pérdida silenciosa de la fe, sin grandes protestas, en gran parte de la cristiandad”.
En esta línea, inaugura Francisco su Pontificado. Cuando invita a ser conscientes de la “Alegría del Evangelio”, nos ofrece un documento lleno de optimismo, alegría contagiosa y esperanza firme.
Muchas cosas expresó sobre la vocación misionera de la Iglesia, el anuncio Salvador del Evangelio y, claro está, sobre la crisis que estamos padeciendo en la misma Iglesia.
Empezaré por esto y comentaremos algunos puntos. Pero lo primero a destacar, tal vez por su valiente planteamiento, es algo que condena el “colega” del Papa, el jesuita de Lubac en una frase que se cita en este documento. Todos lo sabemos: que si ambiciones, chanchullos económicos, vicios ocultos de algunos clérigos y todo eso, tan humano por otra parte.
Pues no; se refiere a lo que titulan estas líneas. Y el Papa dice que si esto invade a la Iglesia, “sería infinitamente más desastroso que cualquier otra mundanidad simplemente moral”.
Y ¿qué es la Mundanidad espiritual? Pues esto: esconder, tras la apariencia de religiosidad o incluso de amor a la Iglesia, algo que se busca: la gloria humana, el bienestar personal.
Vale lo de la parábola: Yo cumplo: yo no soy adúltero; yo pago el diezmo. Y lo digo aquí, en mitad del templo, invocando a Dios a la luz, y subrayando que no soy como ese publicano que, en un oscuro rincón, susurra no sé qué banalidades…
O sea, el fariseo mundaniza su espiritualidad, poniéndose él como centro de todo y manipulando la relación con Dios. El otro no: pide misericordia a Dios. Es este el justificado, el otro mundaniza su espiritualidad y se aleja de Dios. Ya estamos en el camino para no mundanizar nuestra espiritualidad.