Dejadas sin preocupación sobre un paño de cocina, estas cuatro o cinco hermosas cebollas resplandecen con protagonismo insospechado. Los tonos rojizos que destilan rebosan jugosidad y vida, mostrando la autenticidad de las cosas sencillas.
El brumoso fondo que Renoir aplicó a la tela envuelve las cebollas en una atmósfera densa que realza su presencia y nos hace sentir casi su inconfundible olor. La pincelada es fluida y el carácter informal pero cuidadosamente estructurado.
Las cebollas, de aspecto seco y terso son, al mismo tiempo, rudas y nobles. Así son las cosas y las gentes del campo.
Originaria de Asía Central, como el ajo y la chalota, la cebolla se ha utilizado tanto culinariamente como en farmacia. Es tónica, diurética, depurativa, digestiva, reconstituyente e incluso se aplica para el cutis. Su presencia en la cocina mediterránea es primordial.
Al igual que en la culinaria, en una sociedad bien constituida, cada uno tiene su lugar. Puede ocuparse una posición discreta, secundaria. Pero a cada uno le es dado un puesto único, irremplazable. Como la cebolla en nuestros guisos, estofados y salsas.
VIDA
PIERRE-AUGUSTE RENOIR (1841-1919) es uno de los artistas más destacados del Impresionismo pero también un pintor muy atento a la lección de los grandes maestros del pasado, entre ellos algunos de los mejor representados en el Prado como Tiziano, Rubens o Velázquez, a los que pudo admirar en una visita que hizo al Museo en 1892. Renoir trabajó durante su vida con una absorbente pasión por la pintura que le llevó a alcanzar un gran prestigio y popularidad entre sus contemporáneos. El excelente conjunto de 31 obras del artista, las mejores entre las reunidas por el coleccionista norteamericano Robert Sterling Clark (1877-1956), fundador del Sterling & Francine Clark Art Institute (Williamstown), se muestra por primera vez en España, en la exposión monográfica que acoge el Museo del Prado hasta el 6 de febrero.