El coronel Conde de La Rochetulon
presenta a los reclutas el estandarte del 6º regimiento de coraceros
UNA húmeda neblina envuelve la ciudad. Restos de nieve helada blanquean los negros tejados de pizarra de los imponentes edificios que nos rodean, en la romántica ciudad de la luz y del glamour: París.
En el Campo de Marte, frente a la escuela militar, indiferentes al frío, inmóviles sobre el mojado pavimento, firmes, con los sables en alto, los jóvenes reclutas del 6º regimiento de coraceros presentan armas.
La difusa luz de la mañana brilla en cascos, sables y corazas con profunda melancolía, ofreciéndonos una visión legendaria, casi irreal, de este cuerpo de ejército, que transciende al tiempo.
El coronel en jefe, con un gesto enérgico, lleno de grandeza, señala el estandarte del regimiento, símbolo de los valores supremos, por los que jurarán sacrificarse con generosidad sin límites. Su voz se escucha clara por encima del trémulo relinchar de los caballos, y el intermitente chasquido de sus cascos.
En breve, tambores y clarines darán vida a las inmóviles figuras.
* * *
Aunque hace mucho que las tácticas militares cambiaron profundamente, uniformes como estos se conservan para efectos morales: mantener la tradición del ejército y hacer sentir al pueblo la belleza moral inherente a la vida militar.
Y es que, el uniforme, por su simple presencia, afirma implícitamente de capital importancia. Destaco dos:
-La existencia de valores que son más que la vida y por los cuales se debe morir.
-La existencia de una moral, pues la condición militar está fundada sobre ideas de honor, de fuerza puesta al servicio del bien y dirigida contra el mal.
De ahí la respetabilidad de la condición militar.