ROBOAM, hijo de Salomón, sucedió a su padre en el trono. Después de su prevaricación, Salomón impuso al pueblo enormes tributos. Cuando murió, el pueblo se reunió para pedir al nuevo rey que los disminuyera: Tu padre —decía— nos impuso muy pesados tributos. Disminúyelos y seremos fieles servidores tuyos.
Roboam contestó: — Id, y volved dentro de tres días.
En este intervalo convocó a los ancianos consejeros de su padre y les consultó acerca de la respuesta que debía de dar. Aconsejárosle que fuera condescendiente con ellos, que les hablara con palabras suaves y aligerara el yugo con que su padre los había agobiado.
No le agradó este consejo, y siguió más bien la opinión de los jóvenes que se habían criado con él entre delicias y placeres. Éstos le dijeron que hablara al pueblo con amenazas. Que de esa suerte no se atreverían a presentar nuevas quejas.
Y así lo hizo. Se reunió a los tres días el pueblo y Roboam, echando en olvido los consejos de los ancianos, siguió el de los jóvenes orgullosos sin experiencia, y contestó
que él sabía cómo había de gobernar a sus súbditos, y que les impondría un yugo aún más pesado.
Indignado el pueblo al oír estas amenazas se sublevó, y diez de las tribus proclamaron rey a Jeroboam, siervo de Salomón. Solamente las tribus de Judá y Benjamín permanecieron fieles a Roboam. Este se llamó rey de Judá y aquél rey de Israel. (Año del mundo 3.029)
No acudamos nunca en busca de consejos a las personas orgullosas y sin experiencia.
Reino de Roboam y de Jeroboam
Roboam, rey de Judá, por haber querido seguir el consejo de los jóvenes inexpertos fue, durante su reinado, molestado por continuas guerras, y antes de morir vio con pesar al rey de Egipto entrar en Jerusalén y hacer botín de todos los tesoros del templo y de la casa real para llevarlos a su país.
Mucho más desgraciada fue la muerte de Jeroboam, rey de Israel. Apenas escaló el poder, temiendo que las tribus que le obedecían volvieran a la obediencia de su legítimo
soberano si frecuentaban el templo de Jerusalén, les prohibió la ida a aquel templo, y para dar a sus súbditos un simulacro de religión, levantó dos becerros de oro, ordenando
que se adoraran en lugar del verdadero Dios. Este hecho desagradó en extremo al Señor, el cual envió al rey un profeta para anunciarle que aquellos ídolos y aquel altar, juntamente con los sacerdotes serían destruidos algún día. Al oír esto, Jeroboam extendió la mano para ordenar el arresto del profeta, pero quedó seca al instante, y no pudo volverla a encoger sino mediante la oración del profeta. A pesar de esto, Jeroboam no se corrigió de su impiedad, y, en castigo de su crimen, fue herido por el Señor y exterminada toda su familia.
Cisma samaritano
La división de las doce tribus en los reinos de Israel y de Judá dio motivo al cisma, esto es, la separación de los samaritanos. Jeroboam trataba de alejar a sus súbditos del verdadero Dios y de hacerles practicar la idolatría. Y como la ciudad de Samaria fue elegida por capital de su reino, esta separación se llamó cisma Samaritano. Esta fue la causa por que los samaritanos vivieron separados del reino de Judá por religión y gobierno, y por que miraron siempre con aversión a los habitantes de Jerusalén, capital del reino de Judá, donde se conservaba el culto del verdadero Dios.