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Los ángeles y los niños en los documentos de los Santos Padres

San Ambrosio dice que los presenta como modelo porque “no tienen malicia, no saben engañar, no se atreven a vengarse, no conocen la avidez en las riquezas y no desean honores ni tienen ambiciones. Pero la virtud no consiste en ignorar estas cosas, sino en despreciarlas” (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, lib. VIII, n. 57).

San Juan Crisóstomo advierte que Jesús propone a los niños como ejemplo de humildad, virtud necesaria que debemos adquirir para entrar en el reino de los cielos y que se cifra en la sencillez con discreción: “ésta es la vida de los ángeles. A la verdad, limpia está de todas las pasiones el alma del niño”. En efecto, no guardan rencor y se acercan pronto como amigos a quien les ha ofendido, aman a su madre aunque ella les corrija y azote y no sienten pena por las cosas que nosotros lamentamos, como la pérdida del dinero, ni ponen en éste sus alegrías. Por eso debemos hacernos como niños (Homilías sobre San Mateo, 62, 4). Por otra parte, del pasaje comentado deduce la existencia de los ángeles custodios, señalando que los de los niños y “pequeñuelos” (los que viven la infancia espiritual y los frecuentemente despreciados por la sociedad) gozan de una confianza y una preeminencia de honor especial ante Dios  (Homilías sobre San Mateo, 59, 4). A partir del referido pasaje, igualmente San Jerónimo se inflama ante la realidad de los ángeles de la guarda y el valor de la persona humana y exclama: “¡Grande es la dignidad de las almas, ya que cada una tiene desde el instante de su nacimiento un ángel encargado de su custodia!” (Comentario a Mateo, n. 43).

En otros autores católicos

Atendiendo a todo lo expuesto en el artículo anterior y en éste, con razón dirá San Juan de Ávila que se debe cuidar con esmero de los niños, pues son hijos del Rey celestial y se les debe la máxima reverencia (Memorial segundo al Concilio de Trento: Causas y remedios de las herejías, n. 54).

  Otro destacado autor del siglo XVI, el jesuita P. Juan de Maldonado, quien quiso contrarrestar las tesis de los protestantes explicando adecuadamente los Evangelios, incide en que Jesucristo propone a los niños como modelo de humildad y sencillez que deben imitar los mayores. Dice además que “prueba que no debe ofenderse ni despreciarse a los niños, porque Dios los estima en tanto, que les ha señalado ángeles de su corte para custodiarlos. De este lugar y algunos otros nació la opinión común (entre los teólogos y en la Iglesia) de los ángeles custodios”. El P. Maldonado afirma que los ángeles de los niños tienen una especial proximidad y familiaridad con Dios (Comentarios a los Cuatro Evangelios. Evangelio de San Mateo, parte I, sección III, cap. 9, nn. 2-10 y cap. 10, n. 14).

  Santa Teresa del Niño Jesús o de Lisieux, por su parte, ha delineado con claridad y sencillez el “caminito” de la infancia espiritual.

Algunas consideraciones finales

  Los niños deberían hacernos meditar con frecuencia sobre ciertas cualidades que debemos cuidar los mayores en nuestra personalidad y en nuestra vida espiritual. Nuestro Señor los ha propuesto como modelo de inocencia, sencillez y humildad. Entresacó a un niño y lo puso en medio como ejemplo para todos. No quiere decir que debamos permanecer psicológicamente inmaduros, sino que hemos de fomentar esas virtudes y no inclinarnos a la maldad.

  Al tratar con los niños, será bueno tener presente que son unos de los predilectos de Jesús y que sus ángeles gozan de la contemplación de Dios. Ello nos hará descubrir en su inocencia, en su sencillez y en su alegría cómo son los ángeles de Dios, espíritus puros y simples, felices por poseer a Dios; y también nos hará descubrir cómo es el mismo Dios, Ser simplicísimo puro y eternamente feliz. Muy especialmente los niños de las escolanías dedicados al canto litúrgico y los monaguillos al servicio del altar, nos podrán recordar con sus voces y con su candidez el modo en que los ángeles alaban y adoran continuamente a Dios en el Cielo. Por todo ello, es mayor aún nuestra obligación de procurar el máximo bien de los niños y jamás escandalizarles ni causarles un daño moral que incluso podría ser irreparable.

Los niños deberían hacernos meditar sobre ciertas cualidades: “no tienen malicia, no saben engañar, no se atreven a vengarse…”