Varios teólogos recientes han escrito libros con títulos muy significativos y semejantes entre sí: “El demonio, ¿mito o realidad?”, “El demonio, ¿símbolo o realidad?”, etc. Se trata de teólogos, como el español José Antonio Sayés y el francés René Laurentin, entre otros, de doctrina católica segura y que en esas obras precisamente afirman la existencia del demonio, pero que han querido dar ese tipo de títulos a sus trabajos teniendo presente la tendencia muy habitual en nuestro tiempo de negar la realidad diabólica y deseando darle una respuesta adecuada.
Ciertamente, la existencia del demonio se viene poniendo en duda e incluso negando abiertamente desde hace mucho tiempo, sobre todo a partir de algunos autores ilustrados del siglo XVIII y más aún en el XIX. Se ha hecho con frecuencia desde ámbitos ajenos y más propiamente opuestos a la fe católica y en general al cristianismo, queriendo verlo como un elemento de las mentalidades del pasado, imaginado por temor a lo desconocido y fruto del oscurantismo religioso. Pero, a lo largo del siglo XX, también se ha negado la existencia del demonio incluso por parte de algunos teólogos y biblistas, que lo han presentado como un mito; y esto no sólo entre los protestantes, sino también entre los católicos.
Desde todas esas posturas, se quiere sustituir la realidad individual del demonio y de los otros demonios, esto es, los ángeles caídos (porque tampoco se cree en los ángeles buenos), y se prefiere identificar el mal con algo abstracto. Por lo tanto, para quienes defienden esas ideas, el demonio no sería más que una creación mítica de tiempos pasados para denominar así la realidad del mal y a lo sumo no sería más que un producto de la psicología, sin existencia concreta real.
No deja de ser chocante, sin embargo, que, al lado de esas posturas que niegan la existencia del demonio desde una óptica pretendidamente racional o más bien racionalista, en nuestros días se constata la proliferación de sectas satánicas y de muchas formas más o menos encubiertas de satanismo y de culto al demonio y a las fuerzas espirituales del mal. Por lo tanto, lo demoníaco está realmente presente en nuestra sociedad.
El poeta francés Charles Baudelaire lo expresó magníficamente en el siglo XIX: “El más bello ardid del diablo es persuadirnos de que él no existe”. Esta idea la repitió el Beato Juan Pablo II en varias ocasiones, por ejemplo en la carta apostólica Parati semper (1985) para el año internacional de la juventud: “No hay que tener miedo de llamar por su nombre al primer artífice del mal: el Maligno. La táctica que utilizaba, y utiliza todavía, consiste en no manifestarse para que el mal que inculca desde el comienzo reciba su desarrollo del hombre mismo, de los sistemas mismos y de las relaciones interhumanas entre las clases sociales y entre las naciones, para que el pecado sea cada vez más estructural y deje de identificarse cada vez menos como pecado personal; así pues, para que el hombre se sienta en cierto sentido liberado del pecado y al mismo tiempo sin honduras en el mismo”. La Iglesia Católica en su Magisterio, conforme a los datos de la Sagrada Escritura y de la Tradición, siempre ha enseñado y mantiene firme la creencia en la existencia del demonio y de otros ángeles malos, así como la existencia del Infierno.