El P. Royo Marín, O.P., señala cinco principales y terribles consecuencias para los ángeles malos por su pecado de rebeldía contra Dios:
a) privación de todos los dones gratuitos que habían recibido de Dios;
b) exclusión de la eterna bienaventuranza y lanzamiento al infierno;
c) oscurecimiento de su inteligencia;
d) obstinación de su voluntad en el mal;
e) vehemente dolor.
En cuanto a lo primero, se vieron privados de los dones sobrenaturales, dada la gravedad de su pecado; por lo que atañe a los dones naturales propios de la naturaleza angélica, los conservaron, aunque se verían privados en parte de su rectitud.
La pérdida de la bienaventuranza celestial y la condena con las penas del infierno aparecen como realidades explícitas en varios pasajes bíblicos (así, Lc 10,18; Mt 25,41.46; Judas 6; Ap 20,10) y fueron confirmadas como dogma por los Cánones del Papa Vigilio contra Orígenes (543) y por el IV Concilio de Letrán (1215). Suponen ante todo la pena de daño, es decir, la pérdida de la contemplación de Dios con todo el gozo y la gloria que ésta conlleva. Al tratarse de seres espirituales, el fuego del infierno no les afecta de un modo sensible, sino en el orden intelectual y afectivo: desean naturalmente una bienaventuranza de la que están privados y, consumidos por la envidia, quisieran la condenación de los que se salvan; además, Santo Tomás de Aquino piensa que el fuego sí les atormenta físicamente atando sus potencias angélicas para que no puedan actuar donde, cuando y como desearan.
Por lo que toca al oscurecimiento de su inteligencia, son muy interesantes las apreciaciones de San Agustín y Santo Tomás. El primero afirma que Dios se manifiesta a los ángeles buenos haciéndoles gozar de la participación de su eternidad, mientras que a los demonios se les manifiesta con su poder para atormentarlos (De civ. Dei, IX, 21). Asimismo, establece una serie de diferencias entre la ciencia o conocimiento de los ángeles buenos y la de los demonios, de las que podemos destacar sobre todo algunas: los primeros, que estiman tanto la caridad de Dios que les santifica, ven en el Verbo de Dios las causas principales de las cosas temporales y mudables, mientras que los demonios no contemplan en la Sabiduría de Dios las causas eternas de los tiempos; los ángeles no se equivocan, mientras que los demonios se equivocan muchas veces. Además, los ángeles son felices y los demonios infelices (De civ. Dei IX, 23).
Por su parte, Santo Tomás advierte que el conocimiento natural angélico se ha conservado en los demonios después de su pecado, aunque privado en parte de su rectitud. En cambio, el conocimiento que se obtiene por la gracia ha quedado totalmente suprimido o al menos disminuido: el conocimiento especulativo por la gracia no les ha sido eliminado, pero sí disminuido, ya que les son revelados sólo los secretos divinos convenientes por medio de los ángeles buenos o de algunos efectos temporales de la virtud divina; en cambio, del conocimiento afectivo por la gracia se les ha privado por completo, al igual que de la caridad (S. Th. I, q. 64, a. 1 in c). El conocimiento de los demonios es, pues, un “conocimiento nocturno”, porque no se refiere a Dios, por contraposición al “conocimiento diurno” y al “conocimiento vespertino” que poseen los ángeles buenos (San Agustín, De civ. Dei, XI, 7 y 29; Santo Tomás, S. Th. I, q. 58, a. 6 y 7; q. 64, a. 1 ad 3). Una consideración muy importante del Doctor Angélico es que los demonios nunca tuvieron visión del Verbo de Dios: a diferencia de los ángeles buenos, no alcanzaron la bienaventuranza; y tampoco conocieron por completo el misterio de la Encarnación durante la vida terrena de Jesucristo, sino que (sigue a San Agustín), tal misterio se dio a conocer a los ángeles buenos, pero a los malos simplemente se les notificó para su espanto por ciertos efectos temporales (San Agustín, De civ. Dei, XI, 21; Santo Tomás, S. Th. I, q. 64, a. 1 ad 4). En fin, el conocimiento de los demonios puede darse de tres maneras: por la sutilidad de su naturaleza angélica (conocimiento natural para ellos), por revelación de los santos ángeles (en algo que conviene que conozcan parcialmente) y por la experiencia de un largo tiempo (S. Th. I, q. 64, a. 1 ad 5). Por otro lado, su voluntad permanece obstinada en el mal, pues la voluntad angélica se adhiere de un modo fijo e inamovible al hacer una elección y en su caso ya quedó hecha en su pecado (S. Th. I, q. 64, a. 2 in c).