Susana pertenecía a la familia del Emperador Diocleciano (s. III) y era sobrina del Papa Cayo. Era una joven de extraordinaria belleza. El emperador deseó casarla con su hijo adoptivo Maximiano, pero ella renunció indicando que al ser cristiana no podía casarse con un pagano, a no ser que éste se convirtiese.
El emperador muy a pesar suyo mandó decapitarla. La emperatriz hizo retirar su cuerpo, y mandó embalsamarlo y darle sepultura.
Su nombre es recordado por toda la geografía. Curiosamente, también un mineral, la “susanita”, toma su nombre recordándola como una joven legendariamente valiente.