Arrio, fue un clérigo de Alejandría que propagaba la herejía diciendo que Cristo no era Dios. Para enfrentarse se celebró el “primero de los ecuménicos”, en Nicea, ciudad del Asia Menor. Atanasio, que era entonces diácono, acompañó a este concilio a Alejandro, obispo de Alejandría. Con su doctrina y gran
valor sostuvo y defendió la verdad católica y refutó a los herejes. El concilio excomulgó a Arrio y condenó su doctrina arriana.
Transcurridos unos meses murió san Alejandro y Atanasio fue elegido nuevo patriarca de Alejandría. Los arrianos le persiguieron hasta conseguir desterrarlo de Oriente.
La autoridad civil le propuso que recibiera de nuevo a Arrio en la Iglesia, pero Atanasio, cumpliendo su deber con gran valor, rechazó tal propuesta y perseveró en su negativa, a pesar de que el emperador Constantino, en 336, lo desterró a Tréveris.
Dos años después, al fallecer Constantino, regresó a Alejandría y continuó con energía la lucha contra los arrianos y en el año 342, sufrió el destierro que le condujo a Roma y ocho años más tarde, regresar a Alejandría para nuevamente volver a abandonarla por sus adversarios, refugiándose en Egipto. Transcurrido unos cuatro años, regresó, pero nuevamente en el año 362 tuvo que huir, y posteriormente pudo ya descansar en paz.