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Un tiempo nuevo

 emprender nuevos proyectos, para abordar nuevas formas de entender la, a veces compleja, realidad que nos rodea.

El pasado siglo fue la época más horriblemente tenebrosa que hasta ese momento había vivido nuestra civilización. Ninguno de los crueles caudillos que, con su presencia, asolaron la historia de nuestro pasado, ni Gengis Khan, Atila o Tamerlán, causaron siquiera la milésima parte de los muertos que ha causado el pasado siglo XX. A lo largo y ancho de los crueles acontecimientos que durante él han tenido lugar, se ha producido la más salvaje destrucción del ser humano, sin ninguna razón que la justificase[1]. Vivimos épocas conflictivas en lo que, raramente algo es lo que parece. Todo se mueve a nuestro alrededor, los conceptos, las ideas, los valores, todo se cuestiona en virtud de una presumida capacidad de autocrítica, de una presunta e injustificada superioridad del hombre actual respecto al hombre clásico.

El hombre moderno, cual gigantesco adalid de la civilización, se dedica a colocar diques artificiales, defensas, canalizaciones que conduzcan, que ordenen, que domestiquen la libertad de la Naturaleza, su aparente enemigo. Como consecuencia de esta lucha, nuestra vida trascurre entre silencios cómplices y una terca tristeza moral que todo lo tiñe de gris. La inexorable fuerza del destino se convierte de esta manera en un juez terrible, hosco, justiciero de inmediata justicia. La nostalgia enfermiza de la derrota se trueca en imagen de la desesperanza y el pesimismo nos invade hasta convertir nuestra vida en un penoso deambular. Además, el hombre moderno se postula como defensor acérrimo de la ambición, sin límite, sin moderación. Esa actitud, convierte a los hombres en actores cómicos de una tragedia, ya que sus inútiles esfuerzos, finalizarán, sin duda, un poco después de emprendidos, en el instante de la muerte. Como afirma el personaje de Dostoievski[2], la eternidad es una idea incomprensible para el ser humano. Estas peculiares actitudes se definirían, en la actualidad, como una existencia trascendente.

El papel del católico

Ese desesperado intento de presentar al hombre como un ser inicuo, capaz de realizar cualquier maldad, por brutal que ésta sea, incapaz de actuar guiado por la caridad y el amor, es consecuencia de ver al ser humano como la encarnación del Mal, en términos absolutos. Un deseo demoníaco de criminalizar a cualquier representante del género humano. Pero el mal no satisface a quien lo practica habitualmente, antes bien, lo convierte en un ser escéptico, en un personaje cínico, vacío, sin aspiraciones, porque su horizonte se acaba en el presente. Su existencia carece de futuro.

Hora es, en mi opinión, de reivindicar otros tiempos, otras ideas, otras formas de entender el papel del humano y en concreto, el del cristiano, en la Sociedad que nos ha tocado vivir. Para ello he decidido recurrir a uno de los grandes maestros literarios cristianos, a San Juan de la Cruz[3].

La blanca palomica
al arca con el ramo se ha tornado,
y ya la tortolita
al socio deseado
en las riveras verdes ha hallado.                                   

En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.

A lo largo del poema de cuarenta canciones, la esposa y el esposo, hablan y en su diálogo espiritual, aparecen naturales, los regalos que el esposo hace al alma, así como las alabanzas y requiebros de divino amor que con total naturalidad, ambos se intercambian. Es este lenguaje de amor espiritual tan natural y cotidiano que la relación aparece amistosa y vital, es el amor que San Juan profesa a su Dios, guía permanente de sus actos, inspirados en la bondad y en el respeto del hombre por el mundo que le ha tocado habitar como visitante temporal y nunca como egoísta dueño.

Amor y Caridad

Hora es, en esta oscura hora, de reivindicar el amor y la caridad como elementos naturales del ser humano y despojados de cualquier connotación extraña, utilizarlos como santo y seña de nuestra nueva vida, esa que podemos comenzar durante esta primavera.

Contra la extraña mutabilidad materialista del pasado siglo XX, se subleva el carácter ilusionado del mensaje de Jesucristo que nos transmiten los Evangelios, sobre todo el de San Juan, cuando nos confiesa solemnemente que “Dios es Amor”; “si nos amamos mutuamente Dios permanece en nosotros a su perfección”[4]

 

[1] Extracto de unas declaraciones de sir Isaiah Berlin.

[2] La frase la pronuncia Svidrigailov en la novela “Crimen y Castigo”

[3] Para este artículo he manejado el libro “Cántico Espiritual”, en mi opinión, uno de los mejores libros de poemas escrito en castellano y editado por Editorial de Espiritualidad.

[4] 1 Juan 4,16. Citado por Benedicto XVI, en su libro “Los apóstoles” Espasa