Qué bueno sería aplicarse en enviar “mensajes” que fomenten dicho valor para no oír lo que aquel joven de 16 años le decía a su padre: “papá, por más que lo intento, no logro confiar en ti, aunque lo deseo, porque tú nunca confiaste ni confías en mí”.
La confianza es uno de esos ingredientes que favorece el ánimo y la alegría en el convivir diario. ¡Qué distinta es la vida de la persona que se siente rodeada de confianza y cariño, de aquella otra en la que el recelo, la incomprensión y las discusiones son el denominador común que hace de motor en su relación con los otros!
Convivir rodeado de personas que dan confianza es capital para sentirse feliz y alcanzar madurez. Pero tener y transmitir confianza requiere de una lucha personal por vivir mirando a los otros y así descubrir que lo que de verdad estimula a la persona es la actitud con la que esta es mirada.
¿Qué tipos de “actitudes” transmiten confianza en el hogar?
-Aceptar las razones y reflexiones que los hijos ofrecen sobre sus deseos o intenciones.
-Conceder tiempo.
-Evitar pedir cuentas de todo y por todo.
-Aprender a escuchar inhibiendo el ansia de dar recetas.
-Aprender a olvidar.
-Que cada hija, hijo, sepa que sus padres siempre tienen un tiempo para escucharles.
-Permitir la autonomía, el tomar decisiones y el equivocarse para posibilitar que aprendan de los errores y que encuentren su ritmo propio en la mejora.
-Salvaguardar siempre a la persona. Se critica la mala actuación pero se deja a salvo a la persona que la comete.
-Dar cabida a la individualidad, a lo propio y genuino de cada hija, de cada hijo.
-No comparar…
…Y tener claro que convivimos con dos amenazas que no facilitan la transmisión de la confianza a los hijos. Son la impaciencia y las prisas.