La educación de los hijos requiere la firmeza de los padres. Además del ejemplo, resulta obvio que los padres deben aprender a decir no, sin tener que sentirse mal por ello. Todos sabemos que es más fácil y más grato decir sí, pero por el bien de los hijos se debe decir NO a los caprichos de estos.
La firmeza no debe estar respaldada por explosiones temperamentales, sino por el arraigo de las convicciones que fundamentan esas decisiones. Dice la sabiduría popular que “de hijos consentidos salen adolescentes tiranos” y es un dicho que refleja bien los efectos que se derivan de ceder constantemente a las peticiones de los hijos. Todos sabemos de avisos que se dan, no se viven y no pasa nada; de concesiones que se hacen para evitarse malos ratos; de no estar en los momentos oportunos, etc.
Edecar el auto-domino sobre las propias pasiones y las apetencias es fundamental porque permite dirigir la mirada hacia el otro, dando paso así a la generosidad. Para poder pensar en los demás es preciso no estar centrado en uno mismo. Un corazón atrapado por el egocentrismo y el edonismo tiene una capacidad de querer muy baja y, es posible que esté dispuesto a usar a las personas como simples medios para su placer personal. El adolescente encerrado en su habitación, pendiente sólo de la música preferida y de la última generación de videojuegos que hay en el mercado, se convierte en un individuo solitario que mira huraño a quién trata de hacerle salir de ese aislamiento que suele terminar convertido en una cárcel. Por eso, unos padres sensatos, tienen que saber decir, no.