En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.
Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
- Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó enseguida, y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
- Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:
- Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Jesús le contestó:
- Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
Comentario Papa Francisco
Zaqueo trepa a un árbol para poder ver a Jesús. Ese hombre pequeño de estatura, rechazados por todos, está como perdido en el anonimato; pero Jesús le llama, y ese nombre “Zaqueo”, quiere decir “Dios recuerda”. Y Jesús va a la casa de Zaqueo, suscitando las críticas de toda la gente de Jericó. Dejémonos llamar por el nombre por Jesús. “Es necesario que hoy me quede en tu casa”, es decir, en tu corazón, en tu vida. Y acojámosle con alegría: Él puede cambiamos, puede convertir nuestro corazón de piedra en corazón de carne, puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra vida un don de amor. Jesús puede hacerlo; ¡déjate mirar por Jesús!