Para la elaboración de la encíclica y la instauración la fiesta de Santa María Reina, Pío XII indicaba: “Hemos recogido de los monumentos de la Antigüedad cristiana, de las oraciones de la Liturgia, de la innata devoción del pueblo cristiano, de las obras de arte, de todas partes, expresiones y acentos según los cuales la Virgen Madre de Dios está dotada de la dignidad real, y hemos demostrado también que las razones sacadas por la Sagrada Teología del tesoro de la fe divina confirman plenamente esta verdad”.
Así, pues, Pío XII va repasando cómo se trata de un título que ha sido reconocido por los Papas, tales como San Martín I y San Agatón en el siglo VII, San Gregorio II en el VIII, y otros muchos, hasta testimonios relativamente más recientes, como los de Sixto IV y Benedicto XIV.
También tiene muy en cuenta, efectivamente, el argumento litúrgico, tanto para el Oriente como para el Occidente, y recuerda por eso diversos himnos, anáforas y otras piezas de las liturgias armenia, bizantina, etiópica y latina, destacando quizá, de un modo especial, algunos elementos tan conocidos como el himno Akáthistos y las antífonas y cantos marianos Salve Regina, Ave Regina coelorum y Regina coeli, laetare. Entre los testimonios de la Tradición, no olvida a los Padres, y de ellos cita a varios como Orígenes (o al menos una homilía atribuida a él), San Efrén el Sirio, San Gregorio Nacianceno, San Jerónimo, San Pedro Crisólogo, Epifanio de Constantinopla, San Andrés de Creta, San Ildefonso de Toledo y algunos más con nombre propio o anónimos de la época. En cuanto a los teólogos y autores espirituales posteriores, menciona a San Alfonso María de Ligorio, aparte de hacer un recuerdo general de ellos.
Por lo que atañe a argumentos provenientes más bien del campo de la piedad popular o entre ésta y la Liturgia, trae a colación en más de una ocasión, como es lógico, el Santo Rosario y las letanías lauretanas, donde ciertamente se halla muy presente la Realeza de María, y también la coronación de las imágenes de María por los Romanos Pontífices o por sus representantes, además del elocuente testimonio del arte cristiano desde el Concilio de Éfeso.
Naturaleza de la Realeza de María
La Realeza de María no es del orden de las realezas temporales, por lo que su reconocimiento no quiere decir que para honrarla haya que adherirse a una forma de gobierno determinada o a una estructura política particular, sino que “es una Realeza ultraterrena, la cual, sin embargo, al mismo tiempo penetra hasta lo íntimo de los corazones y los toca en su profunda esencia, en aquello que tienen de espiritual y de inmortal” (Pío XII, Alocución Le testimonianze, en la Basílica de San Pedro, 1-XI-1954).
Por lo tanto, la Realeza de María se ejerce desde lo más elevado del Cielo y no por voluntad de dominio, sino como entrega total de sí misma, con la más alta y total generosidad. En sentido pleno, propio y absoluto, sólo Jesucristo, Dios y Hombre, es Rey, según se dijo anteriormente, pero la Virgen reina con Él por su estrecha unión como Madre y Socia Corredentora: puede decirse que Ella es a la vez, en efecto, Madre y ministra del Rey.
La suya es una Realeza maternal, misericordiosa, de mediación, pues no en balde escucha y satisface nuestras plegarias, derramando sus beneficios. Por eso, también cabe afirmar que es una Realeza eficaz que suscita, forma y corona a los santos.