Al subir Cristo a los cielos el día de la Ascensión, cuarenta días después de la resurrección, quedaban sus discípulos constituidos en una sociedad jerárquica y plenamente confirmados en los poderes recibidos, y al descender el Espíritu Santo sobre ellos, diez días después, robusteció sus espíritus comunicándoles aquel entusiasmo que caracteriza en adelante toda su actividad.
Pentecostés. Primera expansión
El descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los discípulos reunidos en el cenáculo el día de Pentecostés produjo efectos maravillosos, y señala el principio de la expansión de la nueva Iglesia fundada por Cristo. En estos momentos del día de Pentecostés, contaba la Iglesia con poco más de un centenar de adeptos. El libro llamado de los Hechos de los Apóstoles nos refiere los primeros avances realizados en este día y en los sucesivos.
Desde un principio aparece San Pedro como jefe de la Iglesia. Por eso, inmediatamente, ante la multitud de judíos y forasteros que acudieron al cenáculo después de las maravillosas señales ocurridas, se levantó y habló en nombre de los discípulos de Cristo, y con gran sorpresa de todos, era entendido por los partos, alamitas, persas y otros extranjeros allí presentes. El resultado fue la primera conversión en masa, seguida de un gran entusiasmo por la nueva doctrina y por Jesucristo. Tres mil fueron los conversos (Act., 2, 41).
Vida de la nueva Iglesia
A esta primera conversión siguieron otras, tanto en masa como particulares. Mas, lo que es más de maravillar, entre aquellos nuevos cristianos se formó rápidamente un ambiente de caridad, religiosidad y vida íntima, que se pudo decir de ellos: la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma (Act., 4, 32). La vida, pues, de la nueva Iglesia era un ideal de perfección. Vivían en una especie de comunidad de bienes; ni había pobres entre ellos, pues los que poseían más acudían con lo suyo a los que no poseían nada.
Primeras pruebas de los Apóstoles
Tanto por convicción propia, como por no herir susceptibilidades, los Apóstoles y primeros cristianos seguían observando todas las prescripciones de la ley de Moisés, si bien guardaban al mismo tiempo todas las prácticas cristianas. Sin embargo, las maravillas que obraban y el éxito creciente de su predicación llamaron la atención de los dirigentes judíos. Por esto, tomando pie del milagro de la curación del cojo de nacimiento obrada por San Pedro y San Juan ante la puerta speciosa del templo, mandaron encarcelar y azotar a San Pedro y San Juan, y luego a todos los Apóstoles.
De nuevo aparece San Pedro al frente de los demás, pues habiendo sido todos presos de nuevo, estando delante del sanedrín pronunció, en nombre de los demás, aquellas significativas palabras: Antes hay que obedecer a Dios que a los hombres (Act., 5, 18). Así respondía San Pedro a la intimación de que no predicaran más el nombre de Cristo.
Muerte de San Esteban
La valentía de los Apóstoles y el crecimiento de la Iglesia excitó más todavía a los judíos. A ello contribuyó de un modo especial la elocuencia popular de San Esteban, que era uno de los siete diáconos escogidos por los Apóstoles como auxiliares suyos. Por esto, no pudiendo ya sufrir la elocuencia con que el nuevo apóstol, a semejanza de Cristo, ponía al descubierto sus vicios, arremetieron llenos de furia contra él, lo arrastraron fuera de la población y lo apedrearon. Fue el protomártir de la nueva Iglesia de Cristo.