Excepto dos escenas que representan un milagro en favor de la fe y uno contra la avaricia todos los milagros de san Antonio allí representados son milagros en que favorecen a la familia, y me pregunto, viendo la situación calamitosa de la familia en nuestros días y de modo particular en esta nuestra Europa que hace todo lo posible por destruir la familia natural, fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer y presentando este suicidio social, si los milagros en favor de la fe no son también milagros en favor de la familia. Es más, no hay duda que la familia ha llegado al borde de la destrucción, justamente porque ha expulsado de su seno a Dios, ha sustituido la fe por la superstición, ha cerrado los oídos a la Palabra de la Verdad para dar crédito a las voces mentirosas de las sirenas de moda, ha cambiado la libertad por el libertinaje engañoso que esclaviza, ha sustituido la vida por la muerte.
El segundo relieve, retrata una escena de gran dramaticidad: un marido celoso que agrede a su mujer.
Este episodio lo cuenta el humanista paduano Sicco Polentón (1375c - 1446) en su biografía del Santo: La Sancti Antonii confessoris de Padua vita et miracula (editada en Padova nel 1476). Es interesante recordar que Sicco estaba casado con Antonia Enselmini, descendiente de la ilustre y noble familia a la que pertenecía la beata Elena Enselmini (+1242), monja clarisa de La Arcella, hija espiritual de san Antonio. Dejemos que sea Sicco quien nos lo cuente (copiamos del n. 36 de la dicha biografía: Este otro milagro ocurrió seguramente en Toscana. Un caballero de esta región, egregio por nobleza y riqueza, cedía fácilmente a explosiones de cólera. Tales episodios de rabia eran tan violentos que él mismo no sabía qué cosa dijera o hiciera.
Estaba casado con una digna y noble señora. Un día en que ella le respondió con una frase irreflexiva, dominado por la rabia, como era su costumbre, la pegó con una tormenta de golpes y patadas, la arrastró de aquí para allá por toda la casa, le arrancó los cabellos -maravilloso ornamento femenino- y la lanzó del ático al patio, dejándola en fin de vida.
Enterados de tan funesto exceso, acuden todos los de casa; familiares y criadas recogen a la señora y con todo cuidado la ponen en la cama. Entretanto el caballero, dolido por la bestialidad cometida y arrepentido, rogó con insistencia a san Antonio -que en esos días se encontraba en aquella ciudad y, habiéndose esparcido la fama de su santidad, era altamente venerado por todos- para que interviniera en socorro de la desventurada. ¿Qué decir? Se apresura el Santo, acompañado del caballero; alivia con su mano las heridas de la señora, haciendo sobre ellas el signo de la cruz. Después, arrodillado, suplica a Dios que restituya la salud y la vida a la moribunda.
La mujer, que yacía toda rota y parecía ya muerta, a la oración del Santo se levantó de nuevo completamente sana.