23 DE MAYO – Se llamaba Pedro y era zapatero remendón, fue al entrar en el noviciado de los Capuchinos cuando cambió su nombre por el del patrón de los zapateros: San Crispín.
Su carisma más original es el de la sonrisa y el canto. Sus superiores lo colocaron en la cocina, la huerta y la portería; nada de sacristías, ni de bibliotecas.
Sus palabras eran discretas y oportunas, su sonrisa, y su alegría suavemente desbordante hicieron del buen Crispín un consejero exigente en la entrega y comprometedor en la más rigurosa observancia de la vida interior y el servicio al prójimo: «Fortiter in re, suaviter in modo»...
Este santo vivió en el convento de la romana Via Veneto que posee todo un panteón de osarios convertidos en retablos fabricados con esqueletos de los propios frailes... ¡estos del barroco glorificaban la muerte por matar la gloria!