Es un tema de candente actualidad, aunque ya lleva en el debate público más de 40 años. Hace apenas unas semanas, sin ir más lejos, fue muy sonada la nueva ley del aborto aprobada en Nueva York. En ella se contempla y aprueba la posibilidad de abortar cualquier bebé hasta instantes antes de su nacimiento. Si en la ley previa se penalizaba el homicidio de un hijo por nacer una vez pasada la semana 24ª de embarazo, a partir de ahora no existirá tal delito, incluso cuando estemos hablando de la semana 30ª, 32ª o 36ª; si en la antigua ley se obligaba al médico a brindar atención inmediata al niño y se le concedía “protección legal inmediata conforme a las leyes del estado de Nueva York, incluidas, entre otras, las disposiciones aplicables de la ley de servicios sociales, el artículo cinco de la ley de derechos civiles y la ley penal”, en esta nueva ley el médico abortista podrá dejar morir al niño si sobrevive al procedimiento y sale vivo del vientre materno; y si en la ley anterior se castigaba la distribución de artículos abortivos para obtener el aborto espontáneo de una mujer, desde ahora no habrá problema penal alguno si se provoca el aborto a una madre en contra de su voluntad (o sea, un aborto forzoso).
La pregunta es sencilla: si en Estados Unidos, la primera potencia mundial, ni siquiera queda garantizada la vida del ser humano más débil y vulnerable, ¿qué podemos esperar de otros lugares mucho menos seguros y pacíficos? Nueva York, uno de los símbolos de Occidente, del progresismo y de la prosperidad, se ha convertido en un infierno para los bebés.
Está claro que quienes defienden el aborto en cualquiera de sus variantes subrayan su preocupación por la madre. Hay veces en que ésta ha sido violada, otras en las que se trata de una joven adolescente, otras en las que las condiciones no pueden ser menos favorables… son argumentos de mucho peso, por supuesto, pero que sólo se centran en una cara de la moneda. Se olvidan de que es necesario considerar a la otra persona que está en juego: un bebé absolutamente indefenso, una criatura sin voz pero con una dignidad y un derecho a vivir.
Debajo de esa ley y de otras análogas subyacen argumentos emocionales, no racionales. Que, de paso, son totalmente incoherentes, porque si un recién nacido fuese brutalmente apuñalado y asesinado mientras descansa en una cuna, todo el mundo se alzaría y reclamaría el castigo. Pero leyes como la de Nueva York aprueban y celebran la muerte de ese mismo bebé unas poquísimas horas antes.
Al final, llama la atención el terrible paralelismo entre la imagen de Jesucristo burlado y ultrajado por el pueblo al momento de ser sentenciado a la muerte de cruz y los senadores y asambleístas que aprueban leyes que ningunean y aniquilan a los seres más inocentes y débiles del mundo. Por todo ello vale la pena rezar, hablar sin tapujos y volver a rezar.